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UN MATÓN EN BADALONA, EN INVIERNO (¿Y EN VERANO?)


Quizás tras tantos años en la educación primaria, tengo una deformación profesional: cuando veo a un adulto me lo imagino como era cuando era niño. He aprendido a distinguir aquellas cosas del carácter que no cambian jamás, ya que deben responder a la configuración psicológica más profunda del individuo. Es muy fácil equivocarse, ya lo se, es solo un pasatiempo: no se vayan a pensar que soy un trastornado o que no tengo nada más que hacer. Pero es divertido. Con los políticos funciona bastante bien, ya que uno puede rastrear en su biografía y sacar conclusiones.

El otro día me fijé en el señor García Albiol, alcalde de Badalona. Tipo muy alto, con unas grandes manos que se mueven mucho hacia adelante, como si el hombre estuviera calibrando la posibilidad de darte un bofetón tremebundo. Habla despacio y se inclina hacia el interlocutor, acostumbrado a que sus interlocutores sean siempre más bajitos. Le gusta el verbo directo, algo bronco, no hace bromas ni chascarrillos. Me lo imagino a los diez años, en el patio del cole, amenzando a otro chaval de la clase: "como vuelvas a llamarme tonto te suelto un sopapo que lo flipas". (García Albiol también me recuerda al Gólem de la peli antigua, pero es por otros motivos). En cualquier caso, de tonto no tiene nada.

García Albiol (a todos los Garcías, López, Martínez y así se les suele llamar por los dos apellidos, cosa que les confiere un aire de aristocrática dignidad) es listo y huele el signo de los tiempos. Y se adapta a él. Aunque siempre ha tenido una especial fijación con los inmigrantes pobres, sabe que ahora es el momento de actuar: el clima le ampara, es el momento de convertirse en un Donald Trump de barrio y arremeter con dureza inhumana contra los más desamparados. Y funciona: un grupo numeroso de vecinos no tan solo le aplaude si no que le animan a ser más contundente todavía.

Escoger las vigilas de la Navidad para su cruzada contra los moros, los negros y demás pobres que se hacinaban en unas ruinas parece calculado. Aunque se me escapa un poco la oportunidad: ¿es realmente el mejor momento para mostrarse inclemente con los que no tienen nada y se refugian en unas ruinas o debajo de un puente? ¿El mejor momento para echarles es cuando llueve y hace frío, cuando la imagen de esa indigencia quedará al descubierto y será más humillante la acción del alcalde? Pues parece ser que la respuesta, para García Albiol, es sí.

Por eso les expulsa y listos. No hay prevista ninguna alternativa, ningún refugio más salubre. Simplemente: ¡a la calle!. Una patada en el culo y a la calle. ¿Hace frío y llueve? ¡No es mi problema! ¡Haberte quedado en tu país! parece que dice el señor García Albiol, aprendiz de mandamás norteamericano.

Expulsar a los miserables de su miserable refugio es más vistoso si se hace con crueldad y en invierno, exhibiendo la fuerza implacable, la mano de hierro, la voluntad que no tiembla. Ya no está de moda parecer un ser humano sensible. Lo que mola es ser brutal y despiadado. No vaya a ser que la sensibilidad humana se confunda con el "buenismo" o con esas cosas "woke" que son lo peor en estos tiempos. El amo Trump dicta las normas y García Albiol se apresura a imitarle. El humanismo se murió hace un tiempo, la fraternidad ya no está, el diferente es el enemigo. Cuando el pobre es negro o musulmán es fácil y barato acorralarle y, ya puestos, acusarle de llevar una mala vida y de ser un delincuente. La Assemblea Nacional Catalana ya no dice que "volem acollir": el mito de la tierra de acogida se desvanece entre efluvios ultraderechistas. Cuando los de Junts quieren imitar a Silvia Orriols, el matón de Badalona lo hace mucho mejor.

Pero hay que decir algo más. A cada uno, lo que le pertenece: resulta sorprendente (y muy triste) observar la tibieza de las autoridades catalanas, supuestamente socialistas y por consiguiente -se supone que- un poco más sensibles a la cosa humana. A García Albiol le han dejado actuar con impunidad. Ni un solo reproche, ni una sola respuesta. Ninguna medida, no se atreven con el grandullón de Badalona. ¿Será que las autoridades socialistas temen aparecer como unos blandos, unos buenistas, unos ridículos woke?

El matón es el alcalde y parece que ese es el rumbo que toma la política, y lo que le gusta al electorado, jodido pero satisfecho al ver como el de abajo está más jodido que yo. Eso es lo que logran los matones del patio del colegio: los tontos les aplauden, no vaya a ser que luego me toque a mi. ¡Pelea, pelea! gritan los muchachos en el patio mientras el malote le da un par de buenos puñetazos al pringao entre risas y aplausos. Y la maestra, demasiado lejos y como ausente, no se entera o hace como que no se entera. La maestra piensa: uy, vaya lío... será mejor que no me meta, no vaya a ser que el niño luego me haga la vida imposible a mi en clase, con todo el trabajo que ya tengo y lo difícil que está todo y además soy interina y, al fin y al cabo, la familia del morito que se ha llevado las dos tortas no se entera de nada, y dicen que su madre recibe una beca que no se merece y que le pagan el alquiler des de servicios sociales mientras que mi madre malvive con su pensión ridícula. El morito, además, vamos a ser sinceras, el otro día le mangó el lápiz a un compañero y la goma a otro: a lo mejor se lo ha ganado.

Alguno me dirá que me pongo paranoico, pero veo un hilo argumental des de la Cataluña del procés que desfilaba con antorchas por las calles clamando contra la invasión española hasta la Cataluña fascinada con la mano dura para el inmigrante, especialmente cuando es pobre e infiel. Quizás Cataluña se quedó atrapada en un oscuro rincón de la época medieval y está encantada de quedarse ahí. Parece que García Albiol ha captado el signo de los tiempos. Le espera un futuro brillante.


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