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CLARA PONSATÍ: DON'T STOP THE MUSIC

Imagen extraída de Crónica Global

El show debe continuar. Las bicicletas se caen cuando uno deja de pedalear, por dejadez o cansancio. Clara tiene miedo de caerse. Y lo último que quiere Clara es caerse del candelero: quiere figurar, aparentar que es alguien, que es algo, algo que todavía cuenta.

Se apagaron las luces del teatrillo: el público se marchó, algo decepcionado con una obrita que prometía mucho y daba poco, apenas justificaba el sueldo de los actorcillos. Los trabajadores del teatro revisaron la platea, el personal de limpieza hizo su parte. Y cuando el local estaba en silencio, la actriz Ponsatí apareció de nuevo en el escenario y pidió que la iluminaran. El encargado de las luces, a punto de marcharse y disimulando un bostezo enorme, le dio al botón. Sobre el escenario, Clara declamó algo, con aspavientos, un fragmento de la obra, como un bis absurdo que nadie le había pedido.

El director de escena, oculto entre las bambalinas, la observaba por un agujerito, como un Norman Bates trasnochado aunque, por fortuna, mucho menos peligroso. En realidad, nada peligroso.

En la reunión posterior a la representación, como siempre en el Club Waterloo, el joven Antonio se puso al piano y arremetió unos compases triunfales que, en la penumbra y la pena del local sonaron lúgubres. El director, envejecido, encontró en alguna parte los ánimos suficientes como para aplaudir el extraño gesto de la anciana Clara.

-Gracias, Clara -le dijo- Gracias por el favor: quería saber qué pasaría si yo hubiese hecho lo que has hecho tu y ya tengo claro que no vale la pena: nadie te ha aplaudido.

Algo así está sucediendo, en escenarios no menos tristes y lúgubres. Debe ser muy duro para aquellos que se sintieron un día héroes muy astutos, gente montaraz que asaltó la ciudad para someterla a la voluntad del pueblo, audaces líderes de una patria ensoñada. Debe ser difícil comprender que el espectáculo terminó y nadie les reclama, que todos se cansaron de ellos. Un ágil político madrileño les quitó las causas, y luego vinieron los virus y una guerra lejana, y ya nadie acudía al foro de los viejos salvapatrias. Sus eslóganes se llenaban de polvo y su pelo encanecía.

Y todos ellos, en el decrépito Club Waterloo, se preguntan como diablos consigue Mike Jagger llenar estadios a estas alturas, como demonios se lo monta para arrancarle unos euros al sufrido público y seguir ingresando divisas, motivos para ser.

Comentarios

  1. Aquí, el que se está forrando de verdad, es el abogado que tiene, que estoy seguro, fue el creador de la letra, esa que dice: "no pares, sigue...sigue...", defensor, además del Sito Miñanco, viejo conocido de cárceles gallegas por su afición al trasporte de coca.
    No hay nada que una buena cuenta corriente no pueda defender, desde el traslado de coca hasta una independencia anticonstitucional.
    Salut

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