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A veces la vida te permite sonreir y, aunque la realidad suele ser penosa cuando no lúgubre, tiene sus momentos cómicos. Nos aferramos a ellos para convencernos de que la cosa no está tan mal y de que quizás al fin y al cabo todo sea la broma pesada de alguien o de algo. La política catalana siempre se ha movido entre el extremo trágico y el cómico: el mismísimo Pujol era un ser maligno y a la vez un personajillo grotesco, como esos títeres ridículos que tan bien trata el teatro de marionetas checo. Quizás ustedes conozcan a Spejbel y a su familia.
Luego vino el procés, con su larga ristra de fantoches a cual más rocambolesco y retorcido. Recordarán ustedes la lista de conspiranoicos, iluminados y fantasiosos que ubicaban Tartessos en Tortosa (como su nombre indica), afirmaban que la democracia no se inventó en Grecia si no en Cataluña, que Aristóteles debería ser borrado de los libros de filosofía para poner en su lugar al Abate Oliva o que, como el mismísimo Oriol Junqueras, afirmaban que los catalanes descienden de los griegos mientras que el resto de España, de los romanos y eso, según el señor Junqueras, explicaba todas las enormes diferencias entre unos y otros, siempre a la búsqueda del famoso "hecho diferencial" que justifica cualquier barrabasada en nombre de la supuesta patria catalana. A Junqueras solo le faltó decir que catalanes y españoles descendemos de monos diferentes.
Y ahí quería llegar yo, al partido de Junqueras. La historia del partido (esa historia larga y profunda que suelen reivindicar con un irresponsable orgullo) está plagada de luchas internas bastante bestias. Ya en su fundación hubo encontronazos internos dignos de mérito. En 1936, durante el suceso denominado "Complot contra Companys", el presidente Companys hizo encarcelar a su Comisario general de Orden Público (un altísimo cargo de la Consejería de Interior) que luego apareció muerto en una cuneta cuando salía de prisión para ser conducido, por la policía, hasta Andorra en donde le prometieron que sería liberado. Un suceso turbio en donde algunos ven no tan solo elementos de disputa política si no también cuestiones de celos del propio Companys. Revertés fue asesinado el día 30 de noviembre. En el santoral, el 30 de noviembre es la festividad de San Andrés: por lo visto, Companys quiso hacer un regalo especial en la onomástica del oponente, un seductor que pretendía seducir a la esposa de Companys.
En el partido ahora de Junqueras y antaño de hombres curiosos como el xenófobo salvaje Heribert Barrera, el inversor bursátil Joan Hortalà, el extraño dúo formado por Àngel Colom y Pilar Rahola, el fratricidio ha sido la norma. A día de hoy, sigue siendo la norma. Ustedes recordarán la campaña sucia de un sector del partido contra la candidatura de Ernest Maragall (el tránsfuga del PSC con chalé en La Cerdaña), aquella campaña de falsa bandera en donde se acusaba a Ernest de sufrir Alzhéimer, una campaña repugnante y chusca de la que todavía no se han depurado responsabilidades (se limitaron a darle el puntapié a un hombre llamado Tolo Moya, que debe ser Bartolomé, y no me negarán que el nombre contiene ecos de tebeo o de personaje de alguna novela de Eduardo Mendoza).
Acaba de salir un libro, "L'esquerda republicana" (La grieta republicana) de la editoral La Campana, en donde se cuentan interioridades del partido de Junqueras y hay una de ellas que llama la atención. A los técnicos de marketing del partido izquierdoso, republicano y catalán, se les ocurrió una forma original de combatir a Ada Colau y mermar su alcaldía en vistas a las siguientes elecciones municipales: los avispados estrategas de ERC decidieron comprar miles de cucarachas para soltarlas en las calles de Barcelona y así demostrar la desídia de Colau. Cabe decir que, contra Colau, hubo campañas lamentables de toda clase y procedentes de todos los flancos y auspiciadas por todos los medios y, en especial, por los debidos al Conde de Godó, la empresa que se apunta a un bombardeo cuando no gobiernan los amiguetes.
La campaña de las cucarachas patrióticas de ERC solo fue una más, pero se debe reconcer su mal gusto y su zafiedad, muy acordes con el partido nacionalista. Lo dicho: la política catalana es una calamidad de tercera regional (con perdón de los que creen que Cataluña es una nación), pero debemos agradecerle esa pulsión cómica, con cucarachas recorriendo las calles para descabalgar a una alcaldesa que era poco catalana e incluso un poco botiflera.
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