No voy a escribir nada de lo que sucede en Gaza porqué sería tan inútil como redundante: todo está dicho. Solo voy a contar un suceso mínimo que aconteció cerca de aquí y cerca de usted. Me hallaba yo conectado a la red para mis cosas cuando me apareció un post en Facebook, en donde una conocida mía (que no conozco de nada) colgó la foto de un prisionero israelí de los que capturó Hamas en los hechos de octubre de 2024. El hombre está terriblemente devastado, demacrado por las penurias y el hambre, un puro esqueleto.
Le quise dejar un comentario. A veces uno tiene esos impulsos desplorables. Y mi comentario fue el siguiente: "Hay una escalofriante similitud entre los gazatíes asediados por Israel y los judíos del gueto de Varsovia, o de tantos otros lugares. Del mismo modo que el hijo de padre maltrador puede ser un maltratador cuando sea adulto, algo muy desasosegante está sucediendo ante nuestros ojos y no sabemos qué decir ni qué hacer. Sin duda, ninguna conclusión esperanzadora respecto de la especie humana. Por estos días estoy leyendo "El mundo de ayer", de Zweig, y casi me quedo sin aliento si lo junto todo".
A continuación recibí una respuesta bastante desagradable y decidí terminar aquí la supuesta conversación, uno ya no está para discutirse mucho a través de un teclado con alguien del que no sabe nada. Ingenuo de mi, creí que se podía comprender perfectamente. E incluso pensé que la mención a Stefan Zweig (un escritor judío) podía actuar como garantía: ningún antisemita lee con admiración a escritores judíos. Sin embargo, es obvio que la destinataria infirió que soy un antisemtita, un racista o simplemente alguien que pretende justificar la brutalidad de unos contra otros en nombre de un dios, de la propiedad de una tierra o de cualquier otro motivo que nada tiene que ver con lo importante.
Albert Camus, en El mito de Sísifo, dijo (cito de memoria) que había desubierto que los motivos que se esgrimen para vivir (el amor, la verdad, etc) resultan ser los mismos por los que vale la pena morir, otra manifestación de lo absurdos, estúpidos y crueles que podemos ser.
La noche pasada descubrí a un pequeño dragoncito en el balcón, una salamanquesa común (Tarentola Mauritanica) que trataba de pillar algún insecto para la cena. Me acerqué muy despacito hacia el bicho para poder contemplarle, pero en cuanto el animalito detectó mi presencia se fue, veloz y ágil, hacia un escondrijo. Si estos animalitos tuvieran conocimiento huirían de la especie humana, y estoy por pensar que tienen conocimiento. El pequeño dragoncito pensaría: si esos tipos son capaces de hacer lo que hacen a sus propios hermanos, ¿qué serían capaces de hacerle a otra especie?
Lo que estamos viendo en las pantallas y que sucede en Gaza es, más allá de cualquier simpatía o antipatía o fobia previa, otra demostración de que somos un fracaso como especie y, obviamente, una civilización fracasada ante nuestros propios ojos. Me pregunto qué deben pensar los creyentes, para quienes habrá un juicio postmortem en el que el dios les preguntará: ¿qué has hecho ante el mal? ¿has ayudado a los más débiles tal como te dijo mi hijo Jesús?
Me doy cuenta de que en todo eso hay un embrollo informativo y del lenguaje, un embrollo delibreado y destinado a imposibilitar cualquier razonamiento y, por consiguiente, cualquier diálogo. ¿Es una guerra lo que estamos viendo en la tele cada día? No se parece en nada a una guerra como la de Ucrania, con dos ejércitos enfrentados (uno de los cuales es el poderoso ejército ruso y el otro uno más pequeño pero que recibe dineros, armas y municiones gratis por parte del mundo occidental). Tampoco creo que se pueda hablar de semitismo o antisemitismo: tan semitas son los unos como los otros, ya que ambos son hijos de Sem (nombre del cual derivan tanto semilla como semen). La primera letra del alfabeto hebreo es Alef, la del árabe es Alif. Quizás se podría hablar de sionismo y de antisionismo, pero este debate es muy complejo y no cuesta nada encontrar a judíos antisionistas, presentes des de antes de la creación del estado de Israel.
Quizás lo más aterrador es ver que, en pleno siglo XXI, la humanidad es tan salvaje con sus semejantes, tan capaz de cometer atrocidades monstruosas y, luego, capaz de justificarlas sin ninguna vergüenza, con un cinismo infinito. No creo que haya buenos y malos ya, en ninguna parte. Y vuelvo a Camus, el que dice (cito otra vez de memoria): en cuánto uno descubre que deberá morir, comprende que la vida es una broma. No parece que haya mucho sentido del humor en el planeta, ni que nadie esté dispuesto a relativizar, a sentarse a dialogar. Estamos en un mundo en blanco y negro que a veces se positiva y otras se queda en el negativo del carrete, pero sea como sea solo se ve en blancos y negros absolutos, sin matices y sin ganas de ellos, satisfechos en nuestra miserable trinchera de la verdad y lo falso, el amigo y el enemigo.
La historia de la civilización parece encallada en algún lugar antiguo y remoto del que creímos haber salido mediante el progreso: la democracia, la Ilustración, los avances científicos y técnicos que deberían hacernos la vida más amable y más fácil. Nada de todo eso parece haber sucedido, o quizás la capacidad para involucionar es enorme.
En 1926, el escritor estadounidense Howard P. Lovecraft escribió el relato "El modelo de Pickman", en el cual plantea la posibilidad de una involución de la especie humana hasta un estadio primigenio y horrendo, de animalidad y salvajismo, fealdad física y moral, canibalismo y bestialidad. A veces me pregunto si Lovecraft no hizo una predicción cada vez más plausible, más cercana.
Del millor que has escrit en molt de temps. I la rematada final amb Howard P. Lovecraft, terriblement possible.
ResponderEliminarSalut.
Hòstia, Francesc, no saps pas com t'agraeixo el teu comentari.
EliminarDespués de la guerra viene la paz,hasta hoy,esperemos que siga así.
ResponderEliminarTambién se puede decir: después de la paz viene la guerra. Y en estos días parece que a muchos les gusta más la segunda opción. Alguien se cansó de que los demás viviéramos bien e intuyó el negocio de la guerra, o de la paz después de la guerra.
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