Hace algunos años, alguien me dijo que mi profesión era la mejor profesión del mundo. Yo me quedé perplejo porqué no había pensando jamás que la docencia pudiera ser la mejor profesión del mundo, y mucho menos a las cinco y pico de la tarde, cuando una sale de la escuela agotado, con un teneue hilillo de voz, con ganas de llegar a casa, tumbarse en un sofá y contemplar el blanco del techo en silencio. Ni música ni ná, solo el arrullo del silencio por fin. Alguna vez pensé que la mejor profesión del mundo es la del periodista porqué tiene algo de aventurero, de espía, de detective, de aventurero y de todas aquellas cosas que nos hacen pensar en una vida trepidante. Exceptuando al periodista deportivo, por el cual siento una gran pena compasiva.
Cursé los estudios de magisterio después de haber empezado los de filosofía y de filología porqué pensé que uno está obligado a devolverle a la sociedad algo de lo que ha recibido de ella, no porqué creyera que es euna profesión bella o mejor que otras. Por la misma razón pude haber estudiado medicina, derecho, educación social o enfemería, pero elegí el magisterio y ahora mismo no puedo reconstruir mi pensamiento de cuando tenía 17 añitos. Solo puedo asunir que tomé aquélla decisión ya que, en aquél momento, me pareció una decisión correcta.
La profesión de la docencia fue cayendo, lentamente, en el escaparate público. El maestro de primaria, el profesor de secundaria o de formación profesional se fueron devaluando a los ojos de una sociedad que descubrió la incapacidad de la educación para subir en el ascensor social. Los salarios de los docentes se ajustaron a la devaluación: ser profesor no es nada atractivo y se parece mucho a la alternativa aceptable para estudiantes mediocres que aspiran al privilegio del funcionario de rango escueto. El presupuesto para la educación en España está entre los más bajos de la Unión Europea. En Cataluña, un docente cobra menos que un docente de cualquier otra comunidad autónoma aunque se le exija lo mismo y, además, se le exija que salve el futuro de la lengua catalana con vocación y devoción inquebrantables.
En los últimos años han proliferado las agresiones a los docentes, y su trabajo es cuestionado día tras otro a la vista de los bajos resultados en las pruebas PISA. Muchos youtubers se cachondean de las metodologías pedagógicas supuestamente modernas que están en boga y que no se basan en ninguna evidencia científica: esa pedagogía lúdica de los ambientes y los rincones y los proyectos centrados en los intereses del alumnado que, en sexto curso de primaria, muestra un nivel de conocimientos en lengua y matemáticas que se corresponde al nivel de segundo curso y cuyas competencias comunicativas son muy lamentables. Algo falló en todo el proceso, y el error no se puede atribuir tan solo a las autoridades de turno en constante vaivén, cuyas vacilaciones jamás fueron confrontadas por los profesionales y mucho menos por los sindicatos. Quizás los profesionales no hicimos nada y nos limitamos a acatar, y a asumir una proporciones de burocracia cada vez mayor y más absurda, rellenando formularios e indicadores cada día más crípticos, cada día más inútiles.
El alumnado que termina hoy los estudios secundarios no tiene más conciencia ecológica ni más conciencia de género ni más apego a la democracia o a sus valores fundacionales. Y, por añadidura, no sale mejor preparado en ciencias ni en lengua y tiene una comprensión lectora escasa.
Así pues, cuando me acerco al final de mi vida laboral, no tengo nada claro haber contribuído para nada a la mejora de la sociedad que me animó a estudiar magisterio para dedicarme durante tantos años a la docencia. Eso es algo parecido a la crisis de fe que puede sufrir el sacerdote que, hacia el fin de su vida, descubre que aquel Dios que adoró en los altares y de cuya existencia intentó convencer a su auditorio posiblemente no existe y que su silencio atronador solo confirma eso, que no existe, y que la fe es absurda. Los pobres no heredarán el mundo ni funciona el ascensor social. La ciencia nos dice que tras la vida no hay nada y que los hijos de los pobres serán igual o más pobres, y los hijos de los ricos un poco más ricos.
Quizás la forma más digna de vivir en este mundo es viviendo la vida de los pobres, y quizás la mejor forma de marcharse de él sea aceptando que todo fue un fracaso o una broma de mal gusto, el sisnsentido cósmico que anima todo el universo. Me acuerdo de la lectura de Unamuno "San Manuel Bueno, Mártir", que releí hace un par de años y en dos o tres tardes, extasiado con la prosa del escritor nacido en Bilbao y muerto en Salamanca. El sacerdote oculta su crisis de fe para no mermar la esperanza de los fieles.
Hay una crisis de fe colectiva en la docencia catalana. El Departament d'Educació no encuentra a profesores de catalán (muy pocos cursan Filología catalana y a muy pocos de esos les apetece entrar en el aula de la ESO a defender una lengua casi muerta y a menudo ajena, antipática y retorcida por obra y gracia de Pompeu Fabra, ni a promover el tedioso "Tirant lo Blanc" a bajo precio) ni a profesores de matemáticas (a los matemáticos les pagan mucho más en las empresas del big data). Tampoco encuentran a profesores de matemáticas: quién se licencia en matemáticas, a día de hoy, encuentra salarios muy buenos en las empresas del big data y de la Inteligencia Artificial. Los buenos no buscan trabajo en la educación, quieren dinero: hemos construído una sociedad muy ególatra. La crisis del profesorado catalán es tanto o más grave que el problema de la vivienda, y ambos problemas llevan el camino de complicarse mucho más y nadie parece hacerle mucho caso a ninguno de los dos.
Dentro de diez meses terminará el curso 2025-26 y saldrán las notas del informe PISA y de la evaluacióm diagnóstica de 4º de primaria y muchos se echarán las manos a la cabeza, y dirán las autoridades que van a tomar medidas muy severas y que si tomba i que si gira, que es una expresión catalana para decir que mucho ruido y pocas nueces y cero presupuesto. A lo mejor lo que pasa es que a las autoridades catalanas les importa un pimiento la educación pública y prefieren poner a muchos policías en las calles o grandes pistas de aterrizaje para aviones cargados de turistas que se van de cabeza a los baretos de birras baratas, mucho más baratas que en Amsterdam y París, Londres y Berlín. Ese es el turismo de calidad para el que no falta el dinero público y que se racanea en la educación.
Me he ido muy lejos del asunto, vuelvo a él. Es triste trabajar en un sector escasamente valorado por la sociedad (a menudo analizado y juzgado con gran severidad) y soslayado por la autoridad, dependiente de los lobbys y la pymec cuyos hijos están matriculados -por supuesto- en la escuela concertada y en las privadas. En escuelas que no se han visto seducidas por las modas pedagógicas ni por los ambientes ni la gamificación, escuelas que saben que la educación no es un juego y además es cara. Casi tan cara como añadir unos kilómetros de pista de aterrizaje en El Prat - Josep Tarradellas.
Y aún así ahí estamos cada día, cual Sísifo empeñado en llevar el peñasco hacia la cima, hurgando en los rincones de la fe para convencernos de que a lo mejor se desatasca el ascensor social y alguno de esos alumnos de los barrios pobres llega a la Universidad y consigue una beca, o se hace escritor o músico y emerge y justifica el esfuerzo y la dedicación a la causa y, contra viento y marea, podremos decir: lo que hice tuvo sentido a pesar de todo.
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