Creo que mi mejor imagen de la Navidad es la que filmó Berlanga en "Plácido", clásico y obra maestra del cine universal. Creo que allí está todo lo que se debe saber sobre esas celebraciones religiosas revestidas de tradición, de familia y de felicidad a la burguesa. Aunque Berlanga tuvo la ocurrencia genial de retratarla des de la pobreza de aquella España triste que no dista mucho de la actual: los comedores sociales estuvieron hasta arriba en la Navidad de 2023. Hay un dato sorprendente en los comedores sociales: este año aparecieron más voluntarios que comensales en algunas parroquias de las que reparten comida. Sorprende y da que pensar.
Así, mientras unos acudían a las largas mesas austeras de las entidades que reparten comida, el Rey largaba un discurso algo autista, que huele a reivindicación urgente de su figura en un decorado pomposo y autoreferencial, acartonado y entre grandes murallas de piedra y de símbolos de poder. Bienvenidos a la decadencia de la monarquía.
Las noticias de la tele se inflaman retratando tradiciones y papás noeles. Es muy raro este tipo que Coca-cola vistió de rojo y enterró el verde hoja original, personaje nórdico pagano y muy extraño que nos remonta a ritos ancestrales y adoración de la naturaleza vegetal. Pienso en la obra tan fascinante de James G. Frazer, "La rama dorada" que tanto me impresionó en la juventud. Y luego pienso en el "tió", más raro todavía, más oscuro casi siniestro.
Cuando yo era niño nadie le pegaba bastonazos a un tronco muerto para celebrar la Navidad. Por lo menos en Barcelona. Eso llegó luego, más tarde, cuando Cataluña volvió la mirada hacia el paisaje interior y anterior en busca de sus identidades nacionales y románticas. Sospecho que TV3 decidió promover este ambiguo ritual como algo específicamente catalán: la Cataluña obsesionada por encontrar signos de identidad únicos que demuestren el famoso "hecho diferencial". Me temo que no tardará en darse cuenta alguien: aporrear el tió es un acto que celebra la violencia como método para conseguir regalos de otro, y contiene un tétrico mensaje de maltrato. En estos tiempos puristas, la indulgencia con tan macabro acto solo se explica en aras del patriotismo. Si es catalán, es bueno.
Y si resulta difícil creer en un tipo que lleva un trineo volador en un país sin trineos ni renos, barbudo a imitación de Júpiter y del Yahvé de la Capilla Sixtina, díganme ustedes como un niño puede creer en un pedazo de tronco que suelta regalos cuando se le pega una buena paliza. Lo llaman la magia de la navidad, y es eso que en literatura se llama la suspensión de la incredulidad y que creo que acuñó Samuel Coleridge cuando reflexionaba sobre la literatura fantástica. Pero la suspensión de la incredulidad no es algo del arte ni de la navidad: es nuestra forma de pensar y la practicamos constantemente. Queremos creer a toda costa y en lo que sea, y la metafísica está presente en nuestras vidas atolondradas: en la capacidad del amor para volvernos buenos, en que el veganismo nos hará evolucionar, en que el budismo es la mejor religión para el siglo XXI, en que Cataluña es una nación milenaria y superior, en que los animales y las personas tienen los mismos derechos, en que el universo nos tiene en cuenta y conspira para hacernos felices, en que la ciencia resolverá todos los problemas.
Diría que tanta devoción nos procura más infelicidad que otra cosa, puesto que el idealismo choca cada día contra el escollo de la realidad y el deseo de ser crédulos como niños podría llevarnos, incluso, a votar a Milei.
Como andaluz, me resulta sorprendente, pegarle a un tronco con un palo, para que cague regalos. Pero mi actual familia, mis hijos y sobre todo mis nietos, son catalanes, algunos con segundo apellido muy catalán. Así, que hay que participar, ayer me tocó tenerlos encerrados en la cocina cantando villancicos(en todos los idiomas),mientras engordaban al "bicho". Engordé un kilo de satisfacción.
ResponderEliminarSaludos.
En Teresas te aseguro que hubieron colas de aquellas antológicas, eso este domingo, a las 12´30, después de misa en el convento de Sant Agustí.
ResponderEliminarLo del señor de rojo cocacolero ya sabes por qué fue, fue por la potencia de la propaganda y de la imagen dela marca de la zarzaparrilla.
Desde su creación, el abuelo barba blanca iba vestido de verde, pero la bebida que está siempre a "un minuto de usted", ha podido con el imaginario colectivo y cambió de color.
En las barracas no conocía cagatio ninguno, y en el barrio del Rabal, tampoco. Se empezó a nombrar cuando tenía ya quince años, pero en esa época a mí ya me preocupaban las mujeres de carne y hueso y no los troncos apaleados.
Cada vez hay menos banderas y trapos con colores en los balcones, eso nos da una idea de como está el souflé del prosses, caduco, lo que sucede es que siempre lo alimentan desde las sedes de los que viven del partido, léase Junts o ER, no hay más, porque si haces números ER no tiene más de 7.500 asociados, y los afiliados a Junts son unos 6.500, ya ves, pero mueven hilos, que no ganas.
Milei está entre nosotros hace tiempo...o no sabes quién es la alcaldesa de Ripoll?
Un abrazo