Sábado por la tarde. Plaza Mayor. La cobla toca sardanas en la esquina noroeste. Delante de la orquestina, un puñado de mujeres, todas ancianas, bailan enfrente de sus bolsos y chaquetas amontonadas en el centro. La sardana es una danza peculiar, que se baila en círculo alrededor de las posesiones que han depositado los bailarines. Un extraño ritual. Si uno no supiera nada (un sueco, un extraterrestre) diría que bailan para adorar a un montón de trastos. Miro varias veces ese círculo: la más joven está por los setenta años.
Teatro Nacional. Una tarde de primavera: me tocó un asiento casi en el fondo y voy viendo como las butacas se llenan de cabezas blancas. De repente aparece un puñado de treintañeros. Se sientan cerca de mi y puedo escuchar sus palabras. Son familiares y amigos de una de las actrices. Aquí está la explicación. Lo demás son personas muy mayores, con achaques y problemas de movilidad. Quejidos y lamentos, la artrosis preside la platea.
Presentación de una novela, autor local, bastante joven. Trastienda de una librería. El promedio de edad ronda los sesenta y los setenta. Las personas jóvenes, como en el teatro, son los parientes y los íntimos del autor. Cuando termina el acto, solo tres asistentes compran el libro. Los compradores son mayores. Los jóvenes andan parcos de dinero o no les apetece. Han venido más que nada por el selfie.
Palau de la Música, antiguo templo del modernismo wagneriano barcelonés y luego cueva de Alí Babá, el oscuro epicentro de los negocios del clan Pujol. El concierto se ha diseñado para atraer a un público joven, pero la realidad es otra: el más joven soy yo. Aunque es cierto que hay un grupito de veinteañeros, hay que decirlo: son estudiantes del Conservatorio y de la Escuela de Música de la Generalitat.
Algo se rompió en la transmisión de la cultura. Algo se hizo muy mal o no se hizo. Y se generó un vacío. Se abrió una falla y se apareció el abismo bajo nuestros pies.
En una plazoleta céntrica se levanta una carpa, de tela plastificada y amarilla, de Amnistía Internacional. En el sombrajo, cuatro ancianos. Uno de los hombres luce una coleta en su melenilla gris perla. Han contratado a un cuarteto musical que toca piezas folk. El cuarteto suma, por lo menos, 240 años de vida en el planeta.
Días antes del 11 de septiembre, la ANC montó otra carpa -en el mismo lugar y también amarilla- para promocionar el evento nacionalista. El único joven que atiende tras la mesita de cámpin es el nieto de una de las muchas patriotas. Todas son -o pueden ser- abuelas. El nacionalismo se desconectó de los jóvenes en cuanto dejó de buscar la independencia por el procedimiento de quemar contenedores públicos.
Hace tiempo que no voy a misa, pero a veces, por casualidad, contemplo la salida del oficio. Es innecesario contar la edad de los feligreses que regresan a casa tras la eucaristía.
Nadie sabe como se anuda el hilo que se rompió: la única evidencia es la rotura. ¿Siempre fue así? ¿Los jóvenes siempre llegaron ya mayores a la cultura? Y la siguiente pregunta es: ¿dónde están los jóvenes? Quizás están en Instagram, o sentados en otra parte esperando el suceso que no sucede, el milagro postergado. Si usted conoce a jóvenes sabrá lo muy difícil que les resulta conseguir un trabajo digno, alquilar un piso. ¿Les podrá transmitir el amor a Beethoven o a Proust el mundo que no les ofrece ninguna certeza?
Nos contaron que la cultura es lo que una generación le transmite a la siguiente. El conjunto de valores, conocimientos, tradiciones, saberes. O bien alguien dejó de transmitir o bien lo que se transmite no interesa porqué la sociedad no les ofrece nada. Que algunas tradiciones se pierdan y el nacionalismo pierda fuelle es una buena noticia, sin duda. Lo tradicional no es un valor en sí mismo. Pero Bach o Tarkosvky sí son valores en sí mismos.
Parece que solo funciona el fútbol, lo cual redunda en el descalabro. En el piso de enfrente cada sábado el padre y el hijo celebran juntos los goles del Barça. Solo se transmitió el amor al gol de los nuestros.
Aviso para apocalípticos: nada de eso indica el fin de los tiempos ni el advenimiento del Juicio Final. Solo nos dice que nosotros fallamos estrepitosamente y viene un futuro más pobre. Pero con fútbol y reguetón.
Tal como lo cuentas. Esta es una entrada para pensar. Y tal, lo he dicho anteriormente, como lo cuentas. He visto una carpa pequeña, aquí, en El Prat, en la avenida más popular. Era de la ANC. Cuatro viejos que incluso mi señora se atrevió a llamarles "Frente de juventudes", y nadie olisqueando sus llaveros, sus chapas y sus pegatinas. Lo único nuevo allí era la estelada, que parecía sacada de la plancha.
ResponderEliminarAlgo falla, es verdad, quizá porque has acertado en uno de tus últimos párrafos, porque creo que nada es distinto con los mismos de siempre, y en realidad siguen mandando, con siglas y anagramas diferentes, los mismos de siempre.
Salut
Uno suele pensar en el Frente de Juventudes y en cosas de esas cuando ve lo que hay en los puestos de la calle. Eso atañe a los políticos, a lo religioso y a lo cultural. No hay nadie joven. Algo se rompió. Políticos y banqueros y obispos son gente mayor, aburrida, incapaz de conectar con las generaciones jóvenes. Su lenguaje se ha perdido en un laberinto. Estamos viviendo en un cuento de Borges.
EliminarEspléndida descripción sociológica, cultural y, naturalmente, política. Me ha gustado mucho el estilo de exponerla. Algo que uno ya viene advirtiendo desde hace tiempo. El problema puede venir si en un momento dado percibimos que por un lado sinuoso, ultranacional y faccioso hay aglomeración juvenil. Entonces, el esquema es que sigue otras pautas y no nos salvaremos acaso, ni los de las canas.
ResponderEliminarAquí no se salvará nadie. Yo seguiré defendiendo los valores del racionalismo y de la democracia, pero es posible que los desfavorecidos se harten de todo. Si se despegan el Instagram.
EliminarEls joves ja no necessiten la cultura, tenen a Google. Així i tot, es llegeix molt, donat un tomb per qualsevol biblioteca i ho veuras.
ResponderEliminarDesde hace tiempo (contemplando a mis nietos) me choca bastante que justo las generaciones a quienes hemos acercado a la música (cuando nosotros éramos críos ni de coña teníamos clases de música en la programación escolar...) pues eso que cuanto más cultura musical, más les atrae lo cutre: reggaeton, tecno, tap, rap...es lo que les mola.
ResponderEliminarEn la última manifestación de la Diada, con mi nieta ambos en bici(de mirones),la mayoría de la tercera edad, con piernas aún agiles, las señoras de pelo gris discreto, de peluquería, con sus banderitas .He echado de menos los jóvenes con la estelada a manera de faldilla. Le pregunto a mi quinceañera acompañante: qué te ha parecido, contesta rara(?).
ResponderEliminarAparte, me parece muy bien que los mayores(ahora que tenemos buenas pensiones y piernas),participemos ,muchos no lo hicieron cuando arrastraban una familia, jejjje.
Saludos.