Un ingeniero, metido a profesor de Instituto de secundaria, ha decidido dejar la docencia. Salió en los periódicos. La docencia fue, para él, el sueño de su vida profesional, y el sueño se hundió en la tiniebla. En las facultades de matemáticas de antes, un 40% de los estudiantes manifestaban querer ser profesores en el futuro. Hoy no lo quiere ni el 10%. Entre otras razones están la alta contratación y los altos sueldos que se paga a los matemáticos por trabajar en el mundo del big data y de la inteligencia artificial. Y, además, nadie quiere irse a un instituto de barrio para ser maltratado en las aulas, que es como se sintió el ingeniero que les contaba.
El otro día estuve en una reunión comarcal de profesores de secundaria. Nos convocaron para proponernos un super plan, una novedosa novedad que se le ocurrió a un técnico del Departamento de Educación. El alto cargo que tuvo la ocurrencia cometió el error de juntar a 40 profesores de distintos centros (públicos) y estos, tras escuchar el maravilloso proyecto que se nos contó (proyecto de presupuesto cero) y no supo prever en lo que se iba a convertir el evento: un sucesión de quejas y protestas, el eco de un malestar profundo ante lo que los docentes viven como un desamparo, la dejadez. Algo languidece en la educación y parece que nos acercamos a un colapso, a una crisis de fatiga y desazón.
El mismo día, pero por la tarde, acuden unas alumnas a verme: se quejan de la escasa implicación de su profesora y de que no aprenden nada, de que pasan los meses y no hay aprendizaje nuevo.
También salió en la prensa: hay un profesor de un instituto que está dando clases pero con un expediente abierto por malos tratos al alumnado (insultos, faltas de respeto). El Departamento responde que el expediente está en marcha, que ya llegará a su fin. En estos momentos, un dato: el sistema catalán no dispone de profesores suplentes y cuando alguien está de baja no puede ser sustituido. Cometieron algunos errores de cálculo por razones políticas en enero, y el error se suma al desinterés de las personas cualificadas por ejercer la docencia. Veo cansancio en muchos rostros. Hay pesadumbre, falta de confianza en las bondades de la educación.
El ascensor social que fueron la educación y los títulos (que quizás solo fue un mito más o menos creíble durante unas pocas décadas) se detuvo en el entresuelo hace tiempo y no llega el técnico que lo debe reparar. Uno diría que, poco a poco pero con seguridad, regresamos a los tiempos antiguos, cuando prosperaban los hijos de los prósperos y sucumbían los hijos de los sucumbidos. O eso parece. O algo así.
Le pregunto a un alumno malote si ha pensado en lo que estudiará más adelante. Me responde que quiere ser técnico electricista cualificado, oficial de primera. Aunque luego, tras un mohín indescifrable, me confiesa: lo que me gustaría es ser youtuber. O futbolista. Y yo levanto los ojos hacia el cielo encapotado (¿quién lo desencapotará?) pero no busco la compasión de los dioses: solo busco el destello del cometa del fin.
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ResponderEliminarPerdón, he eliminado el anterior porque había una incorreción.
ResponderEliminarHice una entrada en el bloc sobre el tema. Entrada que supongo, déjame ser soberbio, has leído.
No soy ni he sid profesor, pero he sido alumno siempre. Casi vente y cinco años en el pupitre lo atestiguan.
He visto como con el tiempo ha bajado la atención y con este el respeto por el maestro, y a la medida que he ido pasando de grados me he dado cuenta de que, como en la regla de tres inversa, a más mayores menos respetuosos.
El respeto se enseña en casa, y da igual si los papás son magrebies, polacos o judíos ortodoxos.
El problema no está en el alumnado, ni por mucho. Está en casa, en nuestra casa y si un profesor te riñe y el niño lo explica, hemos de pedirle explicaciones al hijo, no al maestro.
Estamos cambiando los roles, hoy reñimos al maestro por la incompetencia de nuestros hijos a los que tratamos como "colegas" y no como nuestros vástagos.
He ahí el principio del error.
Salut