Son las cinco y media de la tarde. Las empleadas del Mercadona salen a merendar y se sientan en la terracita del bar de los chinos en la calle de la Serra d'en Camaró. Cada día a la misma hora, por turnos, de dos en dos. Se piden un café con leche y se comen la merienda que se llevan del supermercado. La dueña del bar chino no les pone ninguna pega a eso de llevar la comida des de otra parte, como se hacía antaño. Me llama la atención que las empleadas del Mercadona le devuelvan el sueldo a la empresa así, suavemente, un pastelito al día. Están un rato ahí, tomando los últimos rayos del sol del otoño, ya muy horizontal. Las empleadas del Mercadona sentadas en la mesa soleada proyectan una sombra muy larga dentro de su uniforme verde más o menos elegante.
Hoy había un mirlo dando vueltas por la calle. Los mirlos están en todas partes y cabe reconocer que su música es excelente, quizás más bonita que la de un ruiseñor. Por esa calle y a esa hora circulan muchas señoras que vuelven con sus hijos de alguna extraescolar, y hay señoras con niños africanos, asiáticos, muchos latinomericanos. En otra mesa, un viejo parroquiano de toda la vida contempla sin discreción los traseros de esas madres jóvenes mientras saborea un sorbito de Estrella Galicia. El día se acerca a su fin y hay que aprovechar la vida, esa vida que es demasiado breve o demasiado larga depende de como se mire pero que por la tarde, cuando el Sol se va tras los grandes bloques, te inclinarías por decirla breve. Quizás mañana, al alba, la verás interminable y cansina pero en este dulce preciso instante esa cadera que se bambolea calle arriba, inasible y distante, te susurra que la vida es un suspiro.
La pareja de empleadas del Mercadona se sienta y empiezan a hablar. Hablan durante mucho rato y de un solo asunto: el gimnasio, la forma física, la salud del cuerpo y el suplemento atractivo que proporciona un cuerpo saludable. Hablan con bastante conocimiento. Nombran músculos, huesos, calidades de la piel, manejan conceptos de nutrición, la tonificación, la postura herguida de la espalda que revierte en el busto. Todavía no hablan ni hablarán, durante muchos años, de triglicéridos ni de colesterol. Les interesa la salud y el aspecto, el corpore sano. La cita completa es "orandum est ut sit mens sana in corpore sano", que significa "hay que orar para que haya una mente sana en un cuerpo sano". En tiempos de los romanos, el cuerpo sano ya era una plegaria.
Infiero que van al gimnasio de modo regular, disciplinado. La salud del cuerpo se ha convertido en una religión cuyos templos abundan, a buenos precios, en cada calle hay un templo y unos sacerdotes que se llaman coach, y del mismo modo que antes uno podía tener un confesor o un guía espiritual, hoy se puede disponer de un programa personalizado de entrenamiento y de un coach personal que te orienta y te escucha y te comprende por un buen precio, tarifa plana. La religión de la salud arrasa entre todas las clases aunque debe haber clases también, por supuesto, y no debe ser lo mismo el confesor de barrio obrero que el de la Catedral en el centro, pero sin dufa ha habido una democratización de la fe y así el cielo de la salud del cuerpo sano está al alcance de casi todo el mundo. La salvación al alcance del pueblo, he ahí otra victoria de esa socialdemocracia que languidece pero sigue entre nosotros. Alguien exigirá gimnasios públicos o subvenciones y quizás entonces Jordi Turull, torpe y pazguato como siempre, lamentará que en Andalucía se subvencionen los gimnasios y en Cataluña no.
El cielo no está en el cielo: está en la tierra y se manifiesta en un cuerpo de músculos tonificados, ya nadie cree en nada más que en lo tangible y no hay nada más tocable que un cuerpo, el propio sobretodo. El cuerpo sano debe ser el último refugio antes de no creer en nada de nada y en aceptar que la vida es leve y vaga y no está muy claro que merezca la pena ser vivida, o por lo menos no hay evidencias científicas de que así sea. A responder a la pregunta de si la vida vala la pena ser vivida le dedicó un libro entero Albert Camus y no me queda muy claro cual fue su conclusión, aunque recuerdo que Camus falleció a los 46 en un accidente de tráfico por exceso de velocidad. (No se precipiten en sus conjeturas: Camus iba de copiloto y conducía Michel Gallimard, el afamado editor).
Las empleadas del Mercadona se terminan su merienda, pagan en la barra y vuelven al trabajo. Regresan con un media sonrisa reluciente, satisfechos por el azúcar del pastelito y del café con leche y reconfortados por haber renovado su fe en la salud del cuerpo sano en un mundo feúcho y tristón pero en el que puedes disponer de un cuerpo atractivo mientras dure, la fe renovada es, de veras, muy reconfortante. El mirlo que andaba por las ramas de las acacias se ha ido y ha vuelto el silencio repleto de motores de los coches que aceleran para tomar la cuesta. La tarde cesará muy pronto y luego vendrá la noche en el barrio obrero que madruga. El bar de más abajo abre a las seis de la mañana y hacen unos bocatas grasientos fabulosos.
Comentarios
Publicar un comentario