Al final, la guerra era eso, solo eso. La guerra parece una aceleración brusca del tiempo: lo que la naturaleza hubiera tardado un siglo en conseguir, lo consiguen un puñado de hombres armados y unas cuantas bombas cargadas de metralla en un par de días. En nombre de una patria o de unos ideales que, a fin de cuentas, caducarán.
Es difícil sacar una foto en el pueblo antiguo de Corbera de Ebro en donde no aparezca esa mano redentora, memorialística y didáctica que pretende museizar un espacio: el pueblo que destruyeron las bombas está repleto de pequeñas esculturas votivas, cartelitos con poesías más o menos inspiradas, pequeños (y vanos) intentos por mantener de pie lo que se cae. Lo llaman ejercicio de memoria, pero en realidad es un ejercicio de manoseo burdo. Corbera de Ebro, como Belchite, no se reconstruyeron tras la guerra: en un caso por decisión explícita del dictador, con su voluntad ejemplarizante y castigadora, muy católica; en el otro, por simple dejadez. El recuerdo sería mucho más eficaz sin esas intervenciones posteriores que quizás sean perdonables por su tono conciliador y humanista pero que, a la vez, corrompen el paisaje tras la batalla y lo sacan de su contexto.
En el Centro de Interpretación de la batalla del Ebro hay un evidente sesgo en el punto de vista, que tiende a acentuar el sufrimiento y el sacrificio de las tropas republicanas así como el sadismo de las franquistas. Las dos realidades son ciertas: Franco optó por una guerra lenta, de minucioso exterminio del enemigo, mientras que el ejército republicano intentaba un último esfuerzo, torpe y desesperado, por contener el avance del fascismo en España. El bando fascista contó con la entusiasta colaboración de Italia y de Alemania y el republicano se quedó solo, aunque con una pequeña ayuda rusa. Angela Jackson dice que la batalla del Ebro es el ensayo de la 2ª guerra mundial y no va desencaminada.
Son encomiables las varias protestas del general Rojo, reportadas en cartas al Estado Mayor, en donde se queja de la mala gestión y de los errores tácticos cometidos por el gobierno y por los responsables logísticos: la aviación tardó tres días en llegar, deberíamos retirarnos para salvar vidas, debemos pedir un armisticio y negociar... Rojo se aparece como un militar humano y sensato, preocupado por la vida. Franco, un tipo despiadado y sanguinario, ávido de destrucción, que exige recuperar posiciones al precio que sea: no solo quiere eliminar al enemigo, también le importan un bledo las vidas de los suyos. Resulta obvio pensar que Franco aplicó lo que había aprendido en el Rif: el enemigo es el infiel y Dios me autoriza a que le borre de la faz de la tierra, todo estrictamente católico y a la vez poco cristiano, como suele suceder.
En una de las vitrinas se exhibe una bandera republicana (con el emblema de una división del ejército) al lado de una bandera española sin ningún símbolo añadido. En el caso de la bandera española, la leyenda reza: "bandera franquista". Cada uno puede sacar las conclusiones y hacer las conjeturas que quiera, pero no puedo evitar ver ahí un sesgo intencionado.
Es sintomático que sea en las guerras civiles en donde se exhiba el mayor salvajismo, la mayor crueldad, la mayor deshumanización, el peor ensañamiento con el discrepante. En nombre del bien de la patria. El patriotismo parece una maldición imposible y estúpida dos siglos más tarde de la Ilustración, pero ahí está y, de momento, sigue vigente. La propia palabra "patria" se me aparece como un anacronismo de mal gusto, al que constantemente se debe redefinir: mi patria son mis zapatos, intentó redefinir Manolo García, en vano, años atrás. Un patriota, un idiota, dejó dicho La Polla Records años antes que García. Por estos días, el gris Santiago Abascal reúne a la élite ultraderechista europea de Salvini, Orban y Le Pen bajo el común denominador de "Patriots", el grupo amparado por la Fundación Heritage. Heritage está presidida por el señor Kevin Roberts (ideólogo de cabecera de Donald Trump), que afirma "nosotros apoyamos a cualquiera que quiera poner patas arriba a la Unión Europea, que pisotea la soberanía de sus países". No tardaremos mucho en ver allí a Puigdemont o a Turull o a Laura Borràs. El patriotismo sigue ahí, orgullosamente de pie. Y está de moda. En Cataluña, sin ir más lejos, el patriotismo inspiró al "procés", que se ensoñó con las fantasías medievales y pretendía recuperar la patria catalana soberana y exigía sangre y sacrificios humanos.
Todos los patriotas del mundo deberían darse un paseo por las calles derrumbadas de Corbera de Ebro y reflexionar sobre la pretensión última del patriotismo, que solo es la guerra y la destrucción como único medio para eliminar al enemigo, que es, a su vez, el único medio para imponer su régimen patriota. Para conseguir ese ingreso en la nada, para sepultar bajo el polvo a miles de muertes inútiles. La patria que pisan las botas patriotas es un sustrato de cadáveres y de ruinas.
En las escuelas muertas de Chernobil con todo su nivel de radiaciones selenio,teluro,polonio.En el suelo durmiente,yacen libros escolares donde se ensalza: gloria eterna a nuestros líderes comunistas.Si es que no tenemos arreglo.De la época soviética
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No me acordaba,pero en los setenta visité Belchite ni vi católicos, ni franquistas ni rojillos,sólo ladrillos,maderos por el suelo,ni una lagartija,soledad.No había nadie,supongo que hoy día no será asi.Lo vi todo pequeño,no entendí como fue posible una guerra en tan poco espacio.
Eliminar¿Rojillos? ¿Quiénes son los rojillos que merecen el diminutivo?
EliminarEl lenguaje es perverso incluso cuando se utiliza el diminutivo o el aumentativo, o acaso más. Y denota escaso respeto a la diferencia. Oh, la diferencia, eso que es objetivo en el punto de mira de toda la reacción mundial. Al delgado le llamaban en mi infancia (aún sigue en vigor) flacucho o chupadín, al obeso gordinflón, al hombre sensible y tranquilo podían llamarle mariquita, a la mujer que pugnaba por espacio que solo ocupaban hombres o iba con amigos varones le colgaban machuna, etc. Ah, y en la última etapa del dictador los bienpensantes decían rojillos de manera critiana y bondadosa para referirse a los estudiantes díscolos. Por supuesto, los obreros que reclamaban en sus empresas o promovían huelgas eran rojazos. Al paredón con ellos. Toda una mentalidad. ¿Eso sigo en vigor? ¿Existen los lapsus? Ay señor.
ResponderEliminarSigue, no sigo, perdón.
ResponderEliminarRojillos, era como nos llamaban en los sesenta a los que cerrabamos la Diagonal ,en esos años difíciles, muchos terminamos en Vía Layetana. Está bien la sensibilidad en la piel,pero que sea extensible a todos los niveles.Me sobran días de manifestaciones y huelgas,por si alguno los necesita para presumir, ahora en democracia y libertad.
ResponderEliminarSaludos
El patriotismo es el último refugio de los canallas. (Samuel Johnson)
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