El otro día se vieron el presidente de la región catalana y el presidente del Gobierno de España. Ambos hicieron rueda de prensa posterior. Por separado. Principio de separación.
Sánchez habló del diálogo entre administraciones autonómicas y estatales. Aragonès habló de diálogo entre gobiernos, como si de Italia y Alemania se tratase. Aragonès expuso, para su atenta parroquia, que exige lo del referéndum una vez más. A los niños les gusta la repetición: quieren escuchar mil veces el mismo cuento, hay placer en el reconocimiento y la repetición. Aragonès trata a los ciudadanos de Cataluña de niños. Aragonès no debe de haber leído ni una sola vez a Tocqueville, quien advirtió sobre la perversión de la democracia cuando trata de infantilizar a la ciudadanía. Tocqueville, por cierto, también advierte de un futuro de dictadura de las mayorías, que es lo que sucede con la mayoría parlamentaria en la región catalana.
A la democracia se la puede pervertir de varias maneras, y en Cataluña se han practicado todas en los últimos años, y siempre en nombre del amor a la patria.
Cuando se siente amor hacia una persona se procura lo mejor para la persona amada. Pero cabe preguntarse qué sucede cuando se siente amor hacia un país. Quizás entonces solo se ama el amor hacia el país, y se expresa levantando banderas, llevando lazos en la solapa azul marino, diciendo muchas veces "Cataluña, Cataluña, Cataluña". Cataluña está hecha unos zorros en lo más esencial: una sanidad pública arrasada por los recortes del señor Mas y una educación que avergüenza. Pero Aragonès quiere referéndum y quizás lo cambie por pacto financiero, sin mencionar para qué lo quiere. Para invertir ¿en qué? El principio de solidaridad entre los territorios de España se ha puesto a temblar.
La Generalitat exige el traspaso de Renfe y por eso lleva meses ocultando los desastres en esa línea de trenes testimonial y casi anecdótica que gestiona: los Ferrocarrils de la Generalitat coleccionan accidentes que TV3 no cuenta jamás de los jamases. El último: el incendio de una locomotora en el túnel antes de llegar a la estación de la Universidad Autónoma. Lo que no se cuenta no existe.
Lo que sucede es que no hay realidad, solo fantasía épica. O esa lírica de las urnas de plástico chino, como la virgen de plástico que venden en el merchandising de Lourdes. La fe no mueve montañas, pero rinde beneficios en euros. Todavía nadie ha contado cómo sería la Cataluña independiente, ni en qué mejoraría la vida de la ciudadanía. De eso no se habla. Solo de un conflicto que nadie acierta a definir y de una solución que exige fronteras nuevas, impuestos nuevos. Jamás pensaron en la ciudadanía, solo en el amor a la patria. Una versión malvada del amor romántico, nunca mejor dicho.
El principio de realidad no aplica en Cataluña: todos saben que el referéndum no se hará, y que en el caso de hacerse lo iban a perder los independentistas. Pero eso importa poco y lo que cuenta es el relato de una mayoría parlamentaria que se sabe terminal por agotamiento y por fracaso, por cansina y estéril.
A las ciudadanas y a los ciudadanos nos gustaría escuchar algo sobre sanidad, educación, bienestar, igualdad, transportes públicos. Nos gustaría escuchar algo sobre todo eso en lo que el nacionalismo dejó a un lado, ocupado en levantar banderitas por amor a la patria, a un país fruto de las fantasías románticas. La realidad les importa un bledo a las autoridades autonómicas.
Pero...¿no seremos más felices con la república? Eso me prometió la consellera directora máxima del asunto de sanidad en el 14...y ya han pasado casi diez años...
ResponderEliminar!Quiero ser feliz¡...y temo que a la señora Simó le/nos, impidáis, que su deseo se haga realidad...Ahhh..que bellas son las utopías cuando se está en el sillón.
Salut