Fíjense en la imagen de arriba. No es una ilustración: la imagen es el asunto del texto que sigue.
Mucho se ha hablado de la relación entre las imágenes y las palabras, y se han buscado equivalencias numéricas entre ellas. Desde luego que algunas imágenes hablan por sí solas y no necesitan texto al pie, pero la verdad es que la foto que les presento reúne muchos años de historia y casi toda mi vida: eso son mucho más que mil palabras. Cuando el anciano del bastón llegó a presidente catalán, yo tenía 16 años y empezaba a comprender la tragedia.
El lugar: el lado sombrío del claustro de un monasterio, sur de Francia. Es verano y el calor arrecia, pero todos llevan trajes oscuros, todos son hombres. El de la derecha, un prelado con sotana. Sotana también oscura. Es el Abad de Montserrat, jefe de una comunidad masculina, sucesor del abad que le puso un palio a Franco para que entrase en la basílica como Dios manda.
Con una gran cruz colgada del cuello y la mirada ladeada, el Abad Gasch vigila con una sonrisa perversa y monacal algo que se encuentra fuera de la imagen. El Abad puede ver lo que los demás no vemos y por eso, pobres de nosotros, no creemos. La presencia del Abad me inquieta porque confirma lo que siempre estuvo ahí pero nadie dice. Lo dice la imagen silenciosa y triste.
En la colección de presidentes regionales faltan dos: Maragall, muy enfermo (pero no muerto, tal como dijo Pujol), y Artur Mas, que aludió motivos personales: todos los motivos deben ser personales, a fin de cuentas. Mas suele ausentarse en los últimos tiempos y ha optado por una actitud distante: ¿se avergüenza de algo? ¿hay alguna incompatibilidad demasiado flagrante con alguno de sus correligionarios? Dos de los invitados miran al suelo. Quizás incómodos: a Montilla la incomodidad se le presupone, pero la mirada cabizbaja de Torra, a su lado, insiste en que el ambiente no era festivo.
No hay alegría, no hay ganas. Apenas hay vida. Los presidentes y el Abad se han refugiado en la sombra. El tiempo está carcomiendo la imagen ante mis ojos y la imagino más elocuente en color sepia. Hay una seriedad impostada. Aragonès ha dado medio pasito al frente, significando algo. O simplemente quiere distancia con Puigdemont, plantado y con las manos a los lados, mirada al infinito. Hay algo desafiante e incluso peligroso en ese hombre a quien la coyuntura post electoral ha convertido en el centro de la diana mediática.
La hierba, a los pies de los presidentes, se ha secado. Está amarilla y casi se escucha su crujido bajo esos zapatos caros, lustrosos, negros. ¿Lottusse? ¿Louis Vuitton?
Hay algo premoderno en el silencio de la imagen, como el cuadro antiguo de una sucesión de reyes medievales. Siempre hubo un ensueño monárquico, aunque nombren repúblicas (los principios republicanos no afloran jamás en sus discursos). Siempre quisieron ser príncipes. Quizás obispos, cardenales, cardenal primado.
La Generalitat siempre cultivó lo religioso por esa fascinación que el nacionalismo siente por lo sagrado, lo metafísico: incluso la residencia oficial del presidente es el "Palau dels Canonges". Lo catalán es sacramental, un acto de fe. Por eso les gusta tanto definir la esencia de lo catalán y lo que da acceso a esa categoría, siempre más allá de la ciudadanía, reservado a esos elegidos que son mejores que los demás. Se trata del déficit espiritual más que del fiscal.
La mezcla de política y religión me trae un aroma rancio e incluso opusdeiano, preilustrado. Luego me doy cuenta de que mi vida como ciudadano de la polis ha transcurrido durante esta serie de nombres, de rostros detenidos en el tiempo, esas cariátides en traje muy masculino y muy oscuro.
La solemnidad católica se desliza entre esas cabezas, las cuales sin duda están deseando el momento de marcharse, cuando por fin podrán murmurar finita la commedia.
Todo nacionalismo que se precie lleva siempre el lema referencial de lo trascendente. Así nos encontramos con el triádico carlista de: Dios, Patria, Rey. O el por "la gracia de Dios" franquista.
ResponderEliminarLo curioso es que quieran disfrazar al país como aconfesional cuando son los primeros en recurrir al imaginario religioso.
Nada nuevo.
Salut
Mucho me temo que el único presidente laico fue Tarradellas, que ya tiene guasa. Y aunque Tarradellas le dejó su archivo al monasterio de Poblet, el simple hecho de no dejarlo en Montserrat ya es algo.
EliminarHoy, amic Lluis, me ha llamado por teléfono un buen amigo, conocido de ambos, por cierto. Hemos hablado de muchas cosas, media hora al teléfono dan para ello, al final, me ha dejado una frase de esas contundentes, que valen, por su lógica aplastante.
ResponderEliminarMe ha dicho, a modo de despedida, que:" una Cataluña distinta es imposible con los mismos de siempre"
Una abraçada