Mi hermano tiene un año menos que yo, así que hubo una vez en la que yo estaba informado de la autoría de los Reyes Magos y mi hermano seguía en la fantasía. No recuerdo muy bien lo que sucedió, y mucho menos qué debía pensar yo ante aquella diferencia. No le conté la verdad, y en vez de eso me inventé un cuento medio gótico, con tres jinetes sombríos entre las nubes. Se conoce que yo, por aquellos años, ya leía cuentos macabros. Sin saberlo, hice una operación de sincretismo.
A día de hoy el sincretismo es la norma y nadie lo nombra, pero todo el mundo lo practica. En mi infancia, había dos tipos de familias: las de los Reyes Magos y las del Papá Noel, que eran antagónicas como los indepes y los botiflers, los del Barça y los del Español, los de papá y los de mamá. Siempre obligados escoger entre opuestos (verdaderos o falsos), los pequeños aprenden la obligación de tomar partido entre opciones: a favor de McDonald's o en contra, vegano o carnívoro, racionalista o romántico, Bach o Beethoven. Sin embargo, la globalización nos ha vuelto sincréticos y tolerantes. Nuestros niños celebran que el tió, el Papá Noel y los Reyes les traigan regalos, sin conflicto entre ellos. Lo que cuenta son los regalos.
Freud viajó a Roma y se extasió ante las piedras de algunas construcciones: las más bajas fueron talladas por los romanos del imperio, las siguientes por los renacentistas y las más altas por la ingeniería del siglo XIX. Esas piedras se apoyan unas encima de las otras y su suma es un edificio vivo, hogares que laten. Y dice Freud que entre esas piedras saltan chispas, pero a la vez conviven y tras esas paredes acogen la vida. Hogares de personas que aman y sufren, que lloran, que limpian cocinas con la Vaporetto, que empiezan nuevas vidas, que se quedan mirando a una pared mientras se preguntan: ¿qué hice con mi vida?
Yo también me lo pregunto, aunque a la vez me pregunto donde debe estar Salma, la alumna que se perdió en la oscuridad barcelonesa tras escapar de las garras de un padre integrista que la echó de casa por fumar, por salir con chicos. Le dijo a Salma su padre: eso que haces es de putas. A Salma la vieron en un lupanar, como cumpliendo la maldición de un padre cuya alma es un cerrojo. A Salma la imagino en esta noche fría, en el vértice del año.
Y también pienso en Antonio, el niño del centro de menores a quien un juez le arrebató la custodia a su madre y que hoy es un joven buscando curro sin padrinos y sin títulos. Y en Víctor. Y en Naela, que se fugó del centro para esconderse en casa de un noviete que no se sacó la ESO por falta de asistencia aunque ayudó como nadie lo había hecho nunca a la niña paquistaní, en un acto de amor estricto y escalofriante a tan tierna edad. La abuela del novio le pone cada día un plato en la mesa a Naela. La abuela es de la iglesia evangélica y ella infiel, mora de Mahoma, rayo de luz blanca desorientada que se perdió por el espacio vacío de las calles nocturnas.
Ojalá pudiese celebrar el año nuevo cristiano y el chino, el moro y el budista y el aymará.
Esos pobre niños y adolescentes son los que nos tienen que pagar las futuras pensiones. Lo cierto es que somos miopes y tiramos piedras contra nuestro propio tejado . Solo espero que algun día no tengan conciencia de lo qué ha hecho esta sociedad con ellos. Si la consiguen tener espero que no tengan fácil acceso a un arma.
ResponderEliminarYo creo que con este homenaje a la abuela del novio de Naela ya celebras el año nuevo. Son eso los detalles, y no otros, los que nos hacen ver lo grande que es el ser humano.
ResponderEliminarNuestros miedos hacen que lo celebremos todo, incluso aquello que nos roba la vida, que es el tiempo, algo impostado y con valor relativo, dado que no trascurre igual para la víctima que para el verdugo.
Un abrazo