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TOROS Y FLAMENCO

Dice el Emérito que no le gusta el término Emérito, y que se deberían buscar otro. Son las cosas de la sangre azul: a caprichos no les gana nadie. Mientras voy pensando en otras esdrújulas que le puedan definir, descubro que ha contado, en una cadena de la TV francesa, que lo que más echa de menos de España son los toros y el flamenco. Y olé. Quizás no se pueda ser más rancio ni más tópico (rancio es llana, pero tópico sí es esdrújula).

Quizás nadie trabaja, en España, con más ahínco por la república (¡esdrújula!) que el emigrante que también se queja de no cobrar una pensión sin caer en la cuenta de que para ello es necesario cotizar. Es difícil encontrar motivos mejores para promover la tercera república que ese triste personaje, residente en un siniestro país árabe, y su historia. He visto algunas escenas de la lúgubre entrevista francesa. Lo que primero se me vino a la mente es lo mucho que se parece al Carlos IV de España, el apodado "el Cazador" (curiosamente). Recordé el retrato de su familia pintado por Goya, un retrato naturalista y cruel que presenta a una familia decadente, más bien fea y ridícula. Viendo el cuadro de Goya, uno se pregunta ¿el rey Carlos IV le pagó por el retrato al pintor aragonés? Y lo mismo pienso del retrato de Fernando VII, extremadamente cruel, que nos presenta a un tipejo despreciable. Más de un crítico del arte cuenta que la famosa pintura de Goya "Saturno devorando a su hijo" es una alegoría de Fernando VII comiéndose a España, un Saturno sádico y enloquecido que no se está zampando a un niño si no a un adulto, tal como es obvio. Es sabido lo que Goya pensaba de Fernando VII.

Volvamos al Emérito. La entrevista francesa es una gozada. Nos presenta a un hombre senecto por no decir terminal, perdido en una mente extraviada y caótica. El entrevistador se apiada de él e intenta que el viejo muestre algo de empatía, de disculpa o de contrición. Pero el viejo es incapaz: no me arrepiento, no cambiaría nada, estoy encantado de todo lo que hice. Con una entrañable alusión a la igualdad de los hombres: "todos los hombres cometen errores", dice el miserable anciano sin pensión ni ayudas de la Asistencia Social. Es posible que, si uno lo piensa bien, decida que los Borbones tienen algo de Trastorno del Espectro Autista y esa respuesta lo confirmaría por la escalofriante falta de empatía, casi mitólogica, que muestra nuestro hombre en Abu Dabi.

Luego viene lo de los toros y el flamenco que, por lo visto, es lo que más echa de menos Su Majestad Emérita o Su Emérita Majestad. Hay que ser muy zoquete para soltar una respuesta tan burda y -de nuevo- tan autista. ¿Los toros? ¿El flamenco? ¿De veras es eso en lo que usted piensa cuando piensa en España? La respuesta del viejo monarca senil y defraudador me lleva a preguntarme a mí mismo ¿qué echaría de menos yo si tuviera que exiliarme, como él o como el Vivales Puigdemont? Les sugiero que se lo pregunten ustedes en la intimidad, que es ese espacio silencioso y privado en donde Josemari Aznar habla en catalán. Yo ando haciendo mi lista: una paella en un pueblo valenciano, leer a García Lorca en un libro hallado en una librería de segunda mano de un barrio de cualquier ciudad, el paisaje del Cañón de Río Lobos, el dibujo del Tajo a su paso por Extremadura o del Duero por Soria, la silueta del Pirineo de Huesca vista des de más arriba de San Juan de la Peña, la playa de los Caños de Meca, un atardecer en los Barruecos. O todos aquéllos lugares que, en nombre del progreso, se llevaron por delante, como los chiringuitos de La Barceloneta.

Pero el Borbón echa de menos los toros y el flamenco. Repito: los toros y el flamenco. He ahí su idea de España, añoranza que muestra una modernidad y un buen gusto excelsos, como se puede ver. Da gusto sufragar la vida a cuerpo de rey de tipos tan escuetos como este, tan limitados y tan burdos. La monarquía transita los siglos, y a través de los siglos descubrimos que la estupidez, la jeta y unos privilegios indefendibles han ido de la mano de la monarquía.

El siglo XXI podría ser el de otro exilio monárquico, un exilio que, al fin y al cabo, es una tradición en la familia de los Borbones, ya bastante acostumbrados a hacer las maletas de hoy para mañana y dejar el Bribón amarrado en algún puerto seguro por si vuelvo y me pego unas regatas. Unas regatas que aprecia mucho más que el flamenco, creo yo. Y más que la democracia que tanto defendió, por lo visto: cuando eligió un retiro lo hizo en una monarquía feudal. Eso debe ser lo que de veras echa de menos el triste viejo zafio: cuando España era la propiedad privada de reyezuelos. Y de Caudillos. 

¿Le gustaría el título de Rijoso, aunque no sea esdrújulo? Su Rijosa Majestad. Y si le duele el nombre, pronúncielo usted Su Ríjosa Majestad, con tilde en la i. Al fin y al cabo, un rey tiene el privilegio de cambiar la sílaba tónica de una palabra del mismo modo que puede estafar a su país impunemente. Vete a saber si algún día Felipe será Félipe, una vez exiliado en -pongamos que- Mónaco.



Comentarios

  1. Es patético, ruin, zafio e incluso cruel. No me extraña que incluso su propio hijo lo haya apartado de su lado.
    Salut

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