Pronto oscurecerá. Esta frase podría designar una tarde de otoño, pero también se puede referir a un estado de ánimo o al estado de las cosas. Quizás a los tres hechos a la vez. El oscurecimiento, sin embargo, no lo es para todo el mundo. Del mismo modo que cuando anochece en Berlín amanece en algún lugar al oeste, también las penas de unos son las alegrías de otros. En este caso, de los malos.
No me voy a meter en sentencias de juzgados ni cosas así, porqué mi diario no trata de estos temas ni falta que le hace. Pero no me digan que no es casualidad que alrededor del 20 N los jueces se pongan a difundir sentencias. La verdad es que esta es la historia de España, una historia que quizás no tiene nada de histórico y es un instante detenido en el tiempo sin pasado ni futuro, solo un presente estático, como en el arrebato místico de un budista.
La mala leche se instaló en la política cuando el señor Sánchez accedió a la Moncloa. Los de Feijóo, que ya tenían repartidas carteras, ministerios y negociados, lo digirieron muy mal. Y esas son las cosas que conlleva la mala disgestión: un mal humor punzante y una cara agria espeluznante. En Cataluña hubo caras agrias muy similares cuando Maragall les arrebató la silla presidencial a los de Pujol y hace poco, cuando Illa le ganó la partida al prófugo de Waterloo. A mi, la verdad, las digestiones de los poderosos no me interesan mucho y casi prefiero desconocerlas pero me pasa lo mismo que con el fútbol, que es imposible no saber nada de lo que pasa. Uno pone la tele y le aparecen el fiscal, el Feijóo, el novio y el Miguel Ángel. Y la Ayuso, claro, con sus peroratas vagamente imprecisas e hilarantes, propias de una persona con escasa formación.
Algo en el ambiente augura un inminente paraíso de los malos, de la desfachatez y de la alegre motosierra carpetobetónica que se acerca. El novio de la Ayuso, que es así como se conoce a un señor conocido solo por defraudar a la hacienda pública, dijo ante el juez que había dudado entre largarse de España, al estilo Puigdemont, o suicidarse, al estilo poeta romántico atormentado. Pero encontró una tercera vía: confabularse con los poderes oscuros, cargarse al fiscal y llevarse una indemnización. Si eso sucediera en alguna entrega de Star Wars, el Novio de la Ayuso sería uno de esos malos malísimos que andan con vestimentas oscuras, de planeta en planeta, haciendo negocios turbios, comprando baratijas aquí y vendiéndolas carísimas allá, mientras agasaja al emperador tenebroso. Algo, en España, es inamovible y para esa inmovilidad están unos cuantos funcionarios de alto nivel. Velando para que lo nuestro no se pierda. Lo suyo, ya me comprenden.
El oscurecimiento es, al fin, un estado del ánimo. El estado de ánimo de ser español en España. O, lo que es lo mismo, ser catalán en Cataluña: la colla de Puigdemont y la Orriols están esperando una victoria de Feijóo y Abascal (quizás mejor de Abascal y Feijóo) para lanzarse a su enésima batallita por las esencias y las independencias ya que para esa gente cuánto peor, mejor. Con esta perspectiva, comprenderán ustedes el oscurecimiento del alma que anido en mi interior junto a mi esqueleto, que pugna por salir a la luz.
Algún día ese esqueleto yacerá en la tierra de España y España seguirá siendo ese territorio de las batallitas, las esencias, la cosita catalana del hecho diferencial siempre anhelado pero jamás encontrado, la incapacidad por llegar a acuerdos, la imposibilidad de la paz y los negocios que rezuman detrás de todo (o quizás delante). Cuando yo ya no esté, algún discípulo de Pujol todavía tendrá un escaño en algún parlamento y una Orriols ya madura soltará sandeces maduradas por los canales más oscuros de las redes.
Los espabilados de siempre defraudarán a la hacienda pública y se envolverán en la bandera y en las libertades y en los altos tribunales cuando les acusen y gritarán "viva la libertad", la libertad para mi para hacer lo que me dé la gana. En el callejón de las almas tristes, alguien seguirá revolviendo en los contenedores con la esperanza de pillar un pequeño tesoro. Unos pisos más arriba, en un despacho con luces led y esas cosas, se fraguarán negocios relucientes en nombre de la patria y sus esencias y su pasado glorioso. Los caciques seguirán al frente. Hay poca esperanza en el españolito.

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