(Imagen de El Punt Avui) Se acercan las elecciones municipales y en el alterado paisaje político catalán, alterado y ajetreado, puede suceder cualquier cosa. Yo solo les voy a contar una porción muy pequeña de ese rompecabezas pervertido por el nacionalismo y los esencialismos, que le añaden dosis de inverosimilitud a mi desdichada región autónoma. En la ciudad catalana en donde vivo, que oscila entre la tercera y la cuarta por número de habitantes -en una pugna inane con Badalona-, se presentará de nuevo el señor Jordi Ballart. Ballart es de esa clase de políticos anfetamínicos especialmente en las redes, en donde su presencia es constante y abrumadora. Ballart es de esa clase de políticos que, como Trump y tantos otros, no pueden distinguir entre lo privado y lo público y que, por consiguiente, en sus cuentas como alcalde hablan lo mismo y sin distinción alguna de presupuestos públicos que de problemas personales y familiares, de plenos municipales que de enfermedades propias. Un sig
Jordi es el alcalde una ciudad, catalana y de los alrededores de Barcelona. Jordi llegó a la alcaldía tras un periplo de claroscuros y triquiñuelas, pero es el alcalde al fin y al cabo. A Jordi le gusta mucho exhibirse en las redes, que usa sin tapujos para aumentar su popularidad y su autoestima. Eso no se le puede reprochar sin que tengamos que reprochárselo, a la vez, a miles de cargos políticos que abarcan todo el arco ideológico. Aunque, dicho sea de paso, jamás sabremos cual es la ideología política de Jordi, ya que su posicionamiento ideológico, al más puro estilo postmoderno, se oculta tanto como se muestra su imagen. En su apabullante discurrir por las redes sociales, Jordi suele confundir lo público con lo pivado, a veces de un modo indescifrable y otras de un modo demasiado obvio, y con intenciones espurias cuando no aviesas. Sin embargo, Jordi dispone de un enjambre de defensores que -cobrando o de gratis, por puro amor al líder- se preocupan tanto de aplaudir sus intervenc