Que el tiempo pasa uno lo empieza a comprender más tarde. Ayer renové mi carnet de conducir por 10 años, de modo que la próxima renovación, si fuese, sucederá a los 70. Me parece inconcebible y mi imaginación no lo puede imaginar. Es algo que, simplemente, no había pensado jamás.
Pocos días atrás vi un documental sobre el poeta Gabriel Ferrater, uno de los pocos poetas que me gustan de veras porque sus poemas son casi oralidad, con un catalán sorprendente en su brillo y esa fluidez inaudita en la poesía catalana. Un tipo especial, que decidió no vivir más allá de los 50 y se suicidó a los 49, pocos días antes del cumpleaños. Siempre me impresionó esa decisión tan fría en un tipo que parecía muy sentimental. Quizás ahí está el asunto. Gabriel no soportaba la idea de envejecer y además odiaba el olor que hacen los viejos. Es cierto que cada edad huele de una forma: los bebés huelen a bebés y es un olor inolvidable.
Ayer murió David Lynch y esa muerte me sacudió todo el cuerpo. Si tuviera que nombrar a mis cineastas preferidos, Lynch estaría entre los primeros. Como Luis Buñuel. De modo que, en la lista, los muertos empiezan a ganar por mayoría. La naturaleza no es sabia pero sí es eficaz, y nos va desplazando hacia el margen para, al fin, con un leve soplido, desprenderse de uno y dejar sitio para otro que vendrá. Cuando murió David Bowie pensé que, poco a poco pero con paso firme, el mundo (mi mundo) se desvanece hasta que se desaparezca por completo. Cuando yo muera, morirá el mundo (mi mundo). Y a la vez sé que el mundo proseguirá, con su escalofriante indiferencia cósmica.
Cumplir años, a partir de cierta edad, consiste en esa contemplación estática de la desaparición como quien se sienta ante una ventana tras la cual el invierno hiela el paisaje. Cuando el Sol (mi Sol) se extinga y no sea posible una nueva primavera, solo espero hacerlo en paz conmigo. Nunca deseé ser rico ni coches caros ni lujos. El éxito en la vida es algo que no depende de los demás, es solo cosa de uno mismo ante su espejo o en el duermevela. Las cosas que he logrado pueden ser muchas para unos y casi nada para otros, solo depende mi mirada. Para algunos, el objetivo que les hará desgraciados será no haber llegado a ministro, a premio Nobel, a famoso. Para otros, será un éxito haberse sacado un título universitario cuando sus padres fueron analfabetos. Cada uno construye su infierno, como dijo -creo que- Sartre. Y también su cielo. Por eso tiene sentido leer filosofía.
Una vez soñé que llegaba a un salón enorme y lleno de gente, y pronto me di cuenta de que todos los presentes estaban muertos. Estaban mis familiares y conocidos fallecidos e incluso estaban por allí Roberto Bolaño y Juan Marsé, conversando y riendo en un rincón discreto con sendos dry martinis. Se me acercó mi madre y le pregunté: -¿Qué lugar es este? ¿Porqué estoy aquí? Y ella, con una sonrisa seria, levantó una ceja y me respondió: - Caramba... ¿de veras no sabes porqué estás aquí?. En el salón de mi sueño acaba de llegar David Lynch.
Muy buena esta entrada, de aquellas de guardar.
ResponderEliminarLa encabezas con Gil de Biedma, a él también le asustaba hacerse viejo.
"Que el tiempo pasa uno lo empieza a comprender más tarde", es cierto, yo, este uno de febrero haré sesenta y dos, y mi nieto pequeño, el de seis, me dijo esta semana: -"viejito, que te morirás prontito", así, sin más, y lo entendí. Tiene la fortuna del tiempo a su favor, la misma que le girará la cara dentro de unas décadas.
Yo no tengo salón de sueños, Lluis, los míos se cumplen despierto.
No me quejo, ya te comenté que soy un tipo afortunado, nada en la vida me fue fácil, y mira, he llegado hasta aquí.
Un abrazote.
Los viejos olemos la gotita de orina, que se nos escapa, antes de llegar al water, cuando necesitamos pañal, cerramos el círculo de la vida.
ResponderEliminarSaludos