Saikou, nueve años. Alumno de tercero de primaria. Pequeño, listo, puro nervio, alegre. Ojos grandes, siempre muy abiertos, como si quisiera meter todo el mundo en su retina con una sola mirada, un travelling vertiginoso. Niño nacido en Senegal que lleva seis viviendo en una ciudad del cinturón de Barcelona. En la entrevista inicial pregunto algunos datos. ¿El trabajo del padre? Trabaja en el metal, me dice la madre, pequeñita y escuálida, ojos tristes y cansados, bajando la mirada.
Poco más tarde comprendo que "trabajar en el metal" significa que el hombre, con un carrito de supermercado, va por la calle durante doce horas al día recogiendo metales abandonados por las esquinas y en los contenedores. Luego se los vende a un intermediario, tipo enjuto que dispone de una gran nave y una báscula en las afueras, que luego revende a vete a saber quién. El intermediario es catalán como yo. Eso es trabajar en el metal, uno de los destinos que les esperan a los hombres que arriesgaron su vida y su patrimonio para venirse a la bonita y rica Europa, sede la democracia y los valores humanos.
Saikou no falla nunca a la escuela. Es puntual, lleva las tareas al día, se esfuerza por aprender. No tiene conflictos, es discreto. A veces necesita expresarse con una voz altísima, poderosa, como un grito en la oscuridad de un enorme desierto sin estrellas.
Saikou quiere aprender y algún día descubrirá que le consideran el culpable de muchos males: del bajo nivel educativo de Cataluña, de llevarse las ayudas y las subvenciones públicas, de perjudicar muy seriamente la salud del idioma catalán. El día en que Saikou descubra todo eso su mundo temblará, y bajo sus pies se abrirá un abismo de perplejidad y de dolor. El maestro le cuenta que debe esforzarse, superarse, ser competente en catalán y matemáticas y valores de la ciudadanía para obtener, en el futuro, una posición social digna. Y él se esfuerza. Él firma el acuerdo y cumple su parte, creyendo que el acuerdo se cumplirá, y debe estar convencido de ello, y dice que es catalán y español, y que de Senegal solo conoce los colores de la bandera, algún jugador de fútbol y apenas nada más. Es incapaz de señalar Senegal en el mapamundi.
Saikou todavía ignora lo que sucede muy lejos de su casa. Esa prensa, esos políticos, esos directores generales de educación que le culpan y le señalan sin conocerle, altos cargos de piel blanca, camisa mucho más blanca y corbata a veces roja. O azul y, a menudo todavía, con el lacito amarillo en el pecho, el estandarte guerrero en miniatura para una batalla contra él y su familia.
Su padre, que quizás sabe o quizás no sabe pero tiene poco tiempo para meditar, recoge metales por la calle. Saikou está al día del pago de la cuota de material, de las actividades extraescolares. Sin embargo, él y su padre constan en las listas de los culpables de todos los males y les señalan, y a su padre le acusarán de maltratar la lengua de Guifré el Pil·lós y de perjudicar los fondos públicos y de poner en riesgo el estado del bienestar, que es el mismo estado que le regala toneladas de armas a Zelensky. Y eso es muy raro, porqué Zelensky no habla catalán.
Ese niño menudo de ojos grandotes y ávidos es el culpable de todo. No se olviden de eso cuando vayan a votar este domingo. Voten contra Saikou y salvarán a Occidente entero.
Quién sabe lo mismo aspira a ser intermediario en metales y llegue a mediar en los mercados internacionales como broker. El primer paso es la cultura y la tiene gratis, que no pierda el tiempo.
ResponderEliminarSaludos
Lo bueno de la metafísica es que se refiere al individuo, al "ser", y no generaliza.
ResponderEliminarEsta entrada ha sido llanamente metafísica.
Es importante hablar del individuo en particular para que podamos situarnos dentro del contexto general.
Con maestros como tú, Saikou estará atento al día de mañana. Saldrá adelante.
salut