Aunque me vean en la fotografía ataviado con una kandora, nunca fui musulmán. Apenas ligeramente cristiano. Nunca me han interesado mucho las religiones, más allá del gusto por la simbología, esas iconografías densas o delicadas, a veces atroces en el relato del martirologio, la atracción por la muerte o su facilidad por pintar mundo invertidos e imposibles (los últimos serán los primeros).
Me atrajeron los iconos rusos, los capiteles románicos, la poesía mística y trasnochada. Me horroriza el pan de oro en las esculturas y el sadismo gratuito e incomprensible de Yahvé, el dios que se se comporta como un niño iracundo y malcriado. De Jesús me gusta todo menos su pretensión de divinidad, solo en lo humano le comprendo, aunque comprendo mejor al budismo y a los valores del estoicismo y a Epicuro.
Después de leer "El Anticristo" de Nietszche o el diáfano "Porque no soy cristiano" de Russell, se me borró cualquier atisbo de creencia. Aún sigo, sigo creyendo en que no se debe despreciar el mensaje religioso y que hay una pérdida evidente cuando, en nombre de la racionalidad (necesaria, imprescindible), se decide mandar al cesto de la basura todo lo que se esforzaron en transmitir los antiguos escritores. Aunque mintieran en lo de las revelaciones ultramundanas.
Después de la espiritualidad solo hay materia que sufre y que lucha por sobrevivir aunque sea a costa de los demás. La ética laica no termina de funcionar, a grandes rasgos y en general. La Ilustración ofreció la única respuesta laica creíble hasta el día de hoy, y la tríada "libertad, igualdad, fraternidad" es el punto de partida. Luego están los valores de la democracia, que son su prolongación y su ética civil. Pero ahora esta ética laica ilustrada y democrática también está en entredicho. Y lleva las de perder.Vivimos malos tiempos, de eso ya no hay duda alguna. Los niños y las niñas pobres sueñan en marcas, piensan en marcas y en tener mucho dinero. Mucho dinero para comprar muchos objetos de marca. Paseo de Gracia: un escaparate de mil metros para el deseo de ser rico. En clase, un alumno me propone un debate que le preocupa mucho: ¿es mejor tener una buena familia o es mejor tener mucho dinero?. Quien propone el debate es hijo de una familia muy pero que muy pobre. Creo que a los 9 años ya solo cree en el poder del dinero. También creo que se lo plantea tras ver a esos "youtubers" que tanto ven los jóvenes, oradores de la codicia y del triunfo social que actúan como anti-profetas, o verdaderos profetas del mundo que se avecina. Uno de ellos aparece montado en un Ferrari descapotable y alardea de las muchas mujeres que consigue con la pasta y la exhibición del poder económico. El profeta de youtube aconseja abandonar los estudios cuanto antes para dedicarse en exclusiva a la acumulación de dinero. La estética del macarra triunfa, la estética del proxeneta de Miami: collares de oro, anillos de oro, cochazos, mansiones con piscina en donde flotan cuatro afroditas desnudas con un gintonic en la mano.
El paraíso en la tierra, por fin.
O bien: la justicia social es mentira y es un invento de la izquierda. Y todos aplauden.
El problema no está en los niños, ellos sólo son el ejemplo de los adultos. Hemos banalizado todos los conceptos, los hemos manoseado y hoy todos, los adultos primero, sueñan con quien no duermen.
ResponderEliminarEse sueño se llama eufemísticamente realidad virtual. Es el nuevo opio del pueblo, la nueva adormidera.
Por eso no es de extrañar que nadie pise a tierra, y que el tener mucho dinero supla las otras carencias, las del amor, la familia e incluso la fe en el mismo ser humano.
Poco más puedo decir, salvo que hacia donde vamos abocados es a una desolación mas cercana al nihilismo que no a un humanismo a lo Mounier.
Un abrazo, y decirte que el hábito no hace al monje, al menos el exterior, lo que hace al monje ser monje es el otro hábito, el interno, aquel que se puede convertir en vicio o en virtud, tal como nos decía Aristóteles, dependiendo siempre de la dirección que nosotros elijamos.
Un beso ¡
Completamente de acuerdo. Los niños repiten los modelos adultos de forma acrítica y directa, y por eso mismo nos ofrecen el pulso real de la sociedad.
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