Por si no lo saben ustedes, trabajo en un centro escolar cuyo alumnado es mayoritariamente magrebí y extranjero en un 99%. La plaza que obtuve en este centro, a petición expresa, responde a mi intención. La educación es un reto, y el reto está ahí, con esta gente. Hubiese podido pedir plaza en un centro bonito, de clase media, catalana y culta. Es más: algunos se sorprenden todavía de mi elección, y en la sorpresa se esconde ese sutil supremacismo que discurre, silencioso y grácil, entre las calles abanderadas. ¿De veras trabajas en este barrio?, me preguntan.
Quien no haya conocido estos barrios, estas niñas y estos niños, estas familias, pensará que me metí -por error de cálculo- en el Bronx catalán o en algo mucho peor, y pensará que algún día saldré trasquilado. ¡A tu edad! me dicen: ¿No sería mucho mejor buscarte un lugar tranquilo y apacible?
Varios años atrás trabajé en uno de esos centros bonitos, en la bella Sant Cugat: me bastó con un curso para saber que no me interesaban para nada esas familias adineradas y refinadas, con casa en la Cerdaña, vacaciones en California o el Caribe, esquí alpino en navidades, yate en el puerto de Sitges, chófer, chacha filipina-peruana-ecuatoriana-paraguaya, limpiadora marroquí. De tendencia vegana, yoga y mindfulnes. No estudié pedagogía para eso. Mi lugar está con los hijos y las hijas de esos chóferes, esas chachas, esas limpiadoras. Ese es el sentido de la educación pública. Si acaso existe la vocación, ahí está. En lo complejo.
Procedo de una familia como las del centro: padre obrero, madre que dejó su trabajo para cuidar de sus hijos, familia que lo dio todo para lograr la mejora de los hijos. Progenitores que se sacrifican para ver, algún día, el ascenso social en los hijos. Quizás en los nietos. Eso no se ve mucho ahora.
He empezado un curso de dariya coloquial, el dialecto marroquí más común. No solo para poder intercambiar alguna palabras con las familias en su lengua. También para demostrar que, del mismo modo que al alumnado se le exige conocer la lengua y la cultura del país, a mi también me importa su lengua y su cultura. Y que conocer significa comprender o incluso amar. Entenderse, reencontrase con el fenómeno humano, el lugar compartido. La educación se fundamenta en el ejemplo, más allá de teorías y leyes y directrices. Eso ya lo sabían los griegos pero se practica poco.
No somos muchos los docentes matriculados en este curso de lengua marroquí. Poquita gente, pero ahí estamos. La profesora es una joven marroquí que se esfuerza, con una sonrisa, en enseñarnos algo a unos alumnos mayorcitos ya, a quienes no nos resulta nada fácil comprender los giros, los sonidos -a veces imposibles- de ese idioma que parece tan bello como misterioso y a veces indescifrable. Es dulce ese sonido que cierta prensa nos quiere inducir a pensar que solo sirve para el odio. ¡Cuánta ignorancia!
Yo salí de la pobreza de mis padres gracias a unos profesores, instituciones públicas y becas que se empeñaron en ello. Por eso este es mi lugar. Y lo hago convencido. No solo convencido: también seguro, contento, comprometido. Con la convicción de que la civilización existe cuando le devolvemos al mundo lo que el mundo nos dio.
Tengo una sobrina que ha hecho filología árabe. Cada dos por tres está en Gaza y tiene como tutelado a Mohamed, un niño que está con ella desde los seis años y ahora ya cursa Escuela de Cocina. Todo se lo ha sufragado Gloria, que así se llama.
ResponderEliminarSi te hace falta una mano para tus estudios, lo que sea, Gloria es muy predispuesta y además tiene pensamientos afines a los tuyos, os puedo poner en contacto.
Ahora sigue y no decaigas...ahhh y no des explicaciones.
Por mi parte me he metido, aquí, en El Prat a un voluntariado para nouvinguts promovido por el Ay untamiento . O sea, Refuerzo Escolar, (Ls y Ms de 17 a 19 hs).
Siempre he pensado que hay más felicidad en dar que en recibir, pero resulta que recibes mucho más que lo que das.
Mis felicitaciones.
Miquel