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Y ahora... fútbol femenino


Soy uno de los varios ingenuos que pensaron, en algún momento de lucidez escasa, que el fútbol perdería seguidores, horas en la TV y páginas en la prensa. Pensé que el declive del deporte era una cuestión de tiempo. Pensé que las personas adquieren otros intereses y otras aficiones, especialmente a medida en que la cultura se globaliza y el acceso a sus expresiones se democratiza. 

Me pareció (en aquel instante de sublime torpeza intelectual) que la afición al fútbol era algo propio de sociedades poco evolucionadas y algo promovido por regímenes totalitarios: cualquiera puede darse cuenta de que las dictaduras alientan la afición al deporte para -entre otras razones- crear ese sentimiento identitario, el orgullo de pertenecer a la patria, aunque tu patria sea una dictadura de mierda.

Recuerdo que Juan Goytisolo llegó a pronosticar la desaparición del fútbol a los pocos años de haber muerto Franco: puedo estar orgulloso de haber pensado lo mismo que un gran intelectual español.

¡Nada más lejos de la realidad! Si ustedes cronometran los minutos del telediario verán que el deporte (en donde reina el fútbol) se lleva un 40% del tiempo total. Tras el fútbol, la música o la literatura. Y luego, a veces, solo a veces, la breve reseña de una exposición de arte.

También estoy entre los ingenuos que piensan en lo bueno que nos aporta la cultura feminista con su mirada igualitaria y la perspectiva de género. El deporte masculino, pensaba yo, irá perdiendo peso en un mundo más equilibrado, en una cultura con menos testosterona y, por lo tanto, con intereses más allá de ver si la pelota entró, o de contemplar a un tipo más bien escaso de luces afirmando ante una nube de reporteros que "el fútbol es así, unas veces se gana y otras se pierde".

Lo que quizás no pude imaginar es que el futbol femenino arreciaría como lo está haciendo, ahora arropado por el viejo fenómeno de que los mejores deportistas son siempre los de mi país: ese fenómeno periodístico que consiste en hablar solo de los deportes en los que "los nuestros" ganan medallas. (Fíjense ustedes en que jamás les hablan del esquí: una vez desaparecida Blanca Fernández Ochoa, el esquí no existe).

Y ahora, "las nuestras". Tras la victoria de la roja femenina, se puede intuir la duplicación del tiempo dedicado al fútbol en nuestros telediarios. La ampliación del campo de batalla. Nuevas oportunidades para el negocio, para el merchandising, para el patriotismo de instintos básicos.

Ahora son también ellas las que contribuyen, con ilusión, a la promoción del fútbol y nos recuerdan que, en la lucha (necesaria) para la igualdad de los sexos, existía la opción de copiar los modelos masculinos, en vez de "desmasculinizar" la sociedad de una vez por todas. Veo, atónito, como insisten en los mismos tópicos vulgares y en la concepción testosterónica, e incluso en esa supuesta "cultura del esfuerzo" que transmite el fútbol (como si para aprender a tocar el violín bastase con echarse unas siestas, o para sacarse la carrera de arquitectura fuese suficiente con hojear un par de libros y verse un tutorial).

Pueden llamarme ingenuo. Y por escribir eso me podrían llamar machista. O mal español, por no alegrarme (a grito pelao, en el balcón) por la victoria de "las nuestras".


Comentarios

  1. jajajajaja....
    Ayyy, mi buen Sancho...¿Pero qué te pensabas?...Esto es un filón en manos de multinacionales que el sistema no dejará perder.
    Vamos a ver si dilucidamos lo que hay de fondo.
    Hoy vivimos un revisionismo en toda regla, dentro de él, nuestros gobernantes/as aplican el sistema más simplista del orbe: opresor/oprimido. Es justo aquí donde entra este ¿deporte? (te recuerdo que donde hay profesionalidad no hay deporte, hay simplemente un trabajo), y donde el esquema se hace palpable (sólo pondré uno de los parámetros, pero hay más):
    Las mujeres con respecto a los hombres.
    Esta es la excusa perfecta para acabar de adormecer a la otra parte de la masa, la que quiere ser tan cretina como el hombre cuando se declara fan de tal jugador.
    Ignatius Reilly se ha convertido en Ignatia Reilly, y el sistema, tal como nos decía Kennedy O Toole, nos ha vuelto a ganar la partida.
    Mientras, nadie habla del precio del aceite de oliva ¿eso que coño importa si somos campeonas del mundo?
    Un abrazo

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