El señor Amoroso nació en Tarragona, el lugar por donde se infiltró la civilización en la piel de toro. Los viejos romanos ordenaron las piedras y las dispusieron en forma de anfiteatro o de acueducto, o las esculpieron para darles forma humana. Años más tarde y en el mismo lugar, el señor Amoroso sintió la punzada del amor por la patria en un instante de iluminación. Hizo lo que le pareció más acorde con el impulso erótico: se inscribió en Convergència Democràtica (de Cataluña, por supuesto). En las juventudes de la organización desarrolló también el amor por otros cachorros nacionalistas que ahora le han denunciado por acoso. Solo superan las barbaridades cometidas por el amor a Dios las cometidas por el amor a la patria. De modo que yo me pregunto: ¿no será el amor, el problema?
Nota curiosa: el segundo apellido del señor Amoroso es Lerroux, apellido que el escribe Le-roux para darle más empaque y, sobretodo, para evitar el recuerdo de Alejandro Lerroux, famoso político populista español.
Volvamos a los anfiteatros. O a los teatros, mejor dicho: varios alumnos de una escuela provincial de teatro, en Lérida, han denunciado los abusos de un profesor. En este caso estamos hablando del amor al arte (escénico).
Ya de muy antiguo se empezó a temer que el amor y la muerte tienen una relación, como la cabeza y el sombrero (o el calcetín y el pie). En la literatura medieval esa relación alcanzó grandes cimas. A mi me gusta aquel pasaje de un tierno Perceval que, tras herir de muerte a un adversario se postra embelesado ante las gotas de sangre en la nieve, en donde él ve el rosa de las mejillas de su amada. Sublime.
Dicha relación también la sufrió un ilustrísimo amigo del señor Pujol, un tal Quintà. Quintà, grandísimo patriota, loco de amor y de celos le descerrajó un tiro en la cabeza a su esposa y luego se voló los sesos. Quizás el problema sea el poder y no el amor.
Siguiendo en el mundo del amor patrio (ahora viene lo bueno): unas chicas de la CUP han denunciado por fraudulento a un señor, tras haber tenido relaciones sexoafectivas con él creyendo que era un compañero de organización (alto, guapetón y fornido) que resultó ser... ¡un policía infiltrado!. La denuncia llega tras descubrirse el pastel y no antes.
En el caso de nuestras militantes de la cosa indepe y antisistema, al amor se le llama "relaciones sexoafectivas" más que nada para no confundirse con el amor romántico, que es aquello de las películas de Disney pero de las de antes. Por lo visto, el infiltrado se esmeró en su infiltración y no sería de extrañar una serie de Netflix -con un título sicalíptico- que nos lo cuente bien detallado, con giros ingeniosos y escenas picantes, con terciopelos y neones y luz de molotov. El asunto tiene muchas posibilidades narrativas. El amor es infinito e irresoluble.
Es que la cosa tiene miga. Yo, en vez de llamarlo Robocop, por eso de que era policía y demás, le llamaría Rabo-cop, porque no me negarás, que en ocasiones mantenía relaciones con dos a la vez, y en este caso el personaje en cuestión ha mantenido relaciones con cinco, o sea, era todo un representante de las fuerzas armadas, donde "fuerzas" significa aguante y "armadas" adquiere el símbolo que Priapo llevaba entre las piernas.
ResponderEliminarAhora lo cojonudo es que las chicas, inocentes ellas, cándidas y tiernas como amapolas en un campo de fresas, vayan al juez y digan al unísono: ¡nos abrimos de piernas porque creímos en su palabra: nos dijo que no era malo, tan malo como para ser policía nacional!
Salut
Por cierto, ya van ocho y no cinco, pero...las otras tres "damnificadas" resulta que no han denunciado porque son...casadas
ResponderEliminarAyer, en Hora 25 en la cadena SER