Ir al contenido principal

¿CONOCE USTED A JORDI BALLART?

(Imagen de El Punt Avui)

Se acercan las elecciones municipales y en el alterado paisaje político catalán, alterado y ajetreado, puede suceder cualquier cosa. Yo solo les voy a contar una porción muy pequeña de ese rompecabezas pervertido por el nacionalismo y los esencialismos, que le añaden dosis de inverosimilitud a mi desdichada región autónoma.

En la ciudad catalana en donde vivo, que oscila entre la tercera y la cuarta por número de habitantes -en una pugna inane con Badalona-, se presentará de nuevo el señor Jordi Ballart. Ballart es de esa clase de políticos anfetamínicos especialmente en las redes, en donde su presencia es constante y abrumadora. Ballart es de esa clase de políticos que, como Trump y tantos otros, no pueden distinguir entre lo privado y lo público y que, por consiguiente, en sus cuentas como alcalde hablan lo mismo y sin distinción alguna de presupuestos públicos que de problemas personales y familiares, de plenos municipales que de enfermedades propias. Un signo inequívoco del populismo que nos asedia.

El señor Ballart lleva casi tres años en su cargo, pero su presencia mediática es tan constante como abusiva, y uno diría que ha estado en campaña electoral permanente y que se ha valido de todo aquello que ha tenido a mano. Durante muchos meses, el alcalde usó sin tapujos ni filtros la enfermedad de un familiar suyo para presentarse como un hombre ejemplar y digno de admiración: más que admiración, el alcalde exigía compasión y chantaje emocional, con una exhibición impúdica, casi obscena, del dolor. Cada vez que alguien osó recriminarle esa exhibición y esa impudicia, su entorno arremetió con inusitada fiereza, y nos acusó de inhumanidad a quienes le reprochábamos el uso espurio del dolor. Yo viví por dos veces la enfermedad más cruel en mis seres más queridos, pero jamás se me ocurrió usarla para ganar algo.

Pero uno debe volver la vista hacia atrás, y recapitular en la historia del señor Jordi Ballart. Jordi llegó a concejal por el PSC en unas elecciones municipales añejas y, cuando el alcalde cesó para incorporarse a otro cargo, obtuvo -de rebote, pues- el puesto de alcalde. No tardó mucho en acontecerse el momento más álgido del "procés", con sus engaños y sus ocurrencias y, por fin, con la aplicación del artículo 155. Y entonces, el señor Ballart decidió dimitir de su cargo con el argumento de que "el PSC no me representa", un argumento descacharrante donde los haya: quizás el señor Ballar no había comprendido nada sobre representatividad democrática.

Tras su dimisión, otro concejal del PSC asumió la alcaldía. Durante el tiempo hasta las siguientes elecciones, el señor Ballart construyó una plataforma política en la penumbra, un engendro denominado "Tot x Terrassa" a imitación del engendro de los nacionalistas que crearon "Junts x Sí" y luego "Junts x Cat", ese partido con aspecto de movimiento que hoy controlan un prófugo y una imputada por corrupción y que acaba de salir del gobierno autonómico.

El señor Ballart nos sorprendió a todas y ganó las elecciones con un equipo de "celebrities" locales de nula experiencia en la gestión de lo público, y cuya nulidad es tan apabullante como vergonzosa: tan grande es la inoperancia de su equipo que durante esos dos años y pico de mandato municipal no ha tenido otro remedio que ceder infinitas competencias a su socio en el gobierno municipal, una ERC de escaso nivel pero que, aún con su escasez, es más competente que el lamentable equipo de celebridades reunidas bajo el paraguas anómico y anémico de "Tot x Terrassa".

El señor Ballart se presentará de nuevo, supongo yo, y pretenderá revalidar una legislatura inane, plagada de inconcreciones y de excusas delirantes por tantas promesas incumplidas, por su incapacidad y sus excesos populistas, por sus excentricidades egocéntricas rayanas en el trastorno narcisista y su Facebook bochornoso. Quizás se presentará con un equipo renovado de celebridades locales, fichadas a última hora entre colectivos folklóricos y vecinales. Mostrará otra vez, supongo yo, su egocentrismo como arma política.

Una antigua compañera de trabajo me lo contó: "mi abuela no había votado nunca, pero votará a Jordi Ballart porqué le felicitó el cumple en Facebook".

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La república de los contenedores quemados

Uno se vuelve conservador con el paso de los años. ¿Un fenómeno debido a la edad? Eso no significa que uno se haga de derechas, pero es bien cierto que uno le coge aprecio a mantener ciertas formas, y le da una importancia renovada al respeto, al cuidado, al mantenimiento de lo que nos parece bueno, bello, útil o interesante. Al respeto, por lo menos, hacia lo que es de todos. Decía Josep Pla que el payés es conservador porque sabe cuán destructiva puede ser la naturaleza. Uno tarda media vida en levantar un campo de frutales, y sabe que una tormenta de verano se la puede arruinar en pocos minutos. El obrero no es menos conservador que el señorito que nació en una rica hacienda: el obrero sabe el esfuerzo que hay detrás de su coche, de sus pertenencias por escasas que sean, de la educación de sus hijos, de esos cuatro libros. El obrero también sabe que el ambulatorio o la escuela pública del barrio no son gratis ni cayeron del cielo: el obrero sabe que eso, como los contenedores de l

Cuando el dedo señala a Boladeras, Ballart mira el dedo

El señor Ballart construyó un equipo de gobierno municipal con los criterios del populismo estricto y con las ideas del personalismo egoísta. Hay una cierta venganza de Hamlet provinciano en su regreso. Usó la teoría de los microgrupos en su campaña. Pura demagogia tecnológica. Para ello invitó a una actriz decadente, cuyos mayores papeles siempre fueron dulcemente secundarios. También invitó a una directora de escuela cuyos méritos siempre quedarán por demostrar. Que la actriz esté fuera de los focos importa poco. Que la directora de la escuelita recibiese una Creu de Sant Jordi de manos de Quim Torra (sin dudad alguna, el peor presidente de la Generalitat), también parece que le importase muy poco. O del revés: para uno que se cree algo, lo mejor es rodearse de dudosos. Los adláteres dudosos engrandecen al actor principal, lo encumbran y lo sostienen. Aún recuerdo cuando aquella directora de escuelita reunió a los alumnos y a los maestros en el patio de la escuela y les exhibió su Cr

EL PRIVILEGIO DE LLAMARSE JORDI

Jordi es el alcalde una ciudad, catalana y de los alrededores de Barcelona. Jordi llegó a la alcaldía tras un periplo de claroscuros y triquiñuelas, pero es el alcalde al fin y al cabo. A Jordi le gusta mucho exhibirse en las redes, que usa sin tapujos para aumentar su popularidad y su autoestima. Eso no se le puede reprochar sin que tengamos que reprochárselo, a la vez, a miles de cargos políticos que abarcan todo el arco ideológico. Aunque, dicho sea de paso, jamás sabremos cual es la ideología política de Jordi, ya que su posicionamiento ideológico, al más puro estilo postmoderno, se oculta tanto como se muestra su imagen. En su apabullante discurrir por las redes sociales, Jordi suele confundir lo público con lo pivado, a veces de un modo indescifrable y otras de un modo demasiado obvio, y con intenciones espurias cuando no aviesas. Sin embargo, Jordi dispone de un enjambre de defensores que -cobrando o de gratis, por puro amor al líder- se preocupan tanto de aplaudir sus intervenc