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EL GIRO CRISTIANO

Las personas que tienen certezas me producen una gran desazón. Tras todos estos años, a mi ya no me queda ninguna. Todo me parece complejo e inentiligible o, por lo menos, dudoso. Es imposible estar seguro de algo. Puedo afirmar muy pocas cosas: que El Víbora fue un gran cómic o que David Bowie compuso grandes canciones. Y quizás poco más. En el caso de Bowie, a quien he admirado mucho, descubrí que la canción "Wild is the wind", una de mis preferidas, era una versión de una canción homónima de Nina Simone. Y más tarde supe que Nina Simone había versionado a un cantante mediocre, un tal Johnny Mathis que la cantó en 1957 para la banda sonora de un western sin pena ni gloria. No se salva ni Bowie.

Uno no puede estar seguro de nada y ese instante crea una gran desesperanza. La crisis de las grandes ideologías de los siglos XIX y XX nos ha dejado en manos de un capitalismo deshumanizado y salvaje por no decir brutal que, por fin, también se acerca a su colapso. Ya nadie se cree nada, ya nadie cree en nada. El ascensor social de la educación se detuvo en algún piso bajo. Unos años atrás, los niños de primaria querían ser policías, maestras, enfermeras, médicos. Luego, futbolistas. Y hoy, "influencers": fin del trayecto. Solo creen en ganar dinero rápido y fácil, el vacío ante sus ojos.

La desesperanza y la falta de fe en el futuro de la humanidad lleva inevitablemente al egoísmo, cuando no al solipsismo, a la opción anacoreta, a ese anarquismo de derechas tan de moda (en nombre de mi libertad yo me salvo y los demás que se las arreglen como puedan, o que se jodan). En una conversación con compañeros de trabajo, al terminar la jornada, descubro que varios de ellos no están muy preocupados por las cuestiones de la educación pública y juegan a invertir en oro, en divisas, en cosas así. Alguno se está sacando unos 200 € al mes y con eso se paga algunos caprichos y más adelante ahorarrá, porqué está convencido de que cuando llegue a los 65 ya no existirán las pensiones: no creen en el sistema, al que le intuyen un futuro breve.

Leonard Cohen escribió una canción desoladora: "Everybody Knows" en el ya lejano 1988 en donde anticipaba exactamente ese sentimiento de desesperanza profunda que ahora vemos por todas partes y, sobretodo, entre la gente joven: un poder corrupto y caduco, la imposibilidad del cambio y de la mejora, los pobres siguen pobres y los ricos se hacen más ricos, el juego está amañado, etc. Súmenle a eso la perplejidad ante un cambio climático que promete desastres y hambrunas y el dominio global de las grandes corporaciones, solo interesadas en aumentar los dividendos para los inversores. Elon Musk se construyó un refugio nuclear subterráneo de lujo y multimillonario para salvarse pase lo que pase, ya sea un ataque de misiles ultrasónicos chinos o un apocalipsis zombi.

A todo eso le pueden añadir la infantilización de la cultura o de esos líderes simplones y garrulos, algo pueriles, como el señor Donald y la mayoría de sus amiguetes, tipos que jamás han sentido ninguna inclinación hacia el bien de los demás.

El paisaje desolador explica que estemos viendo giros hacia una espiritualidad que creíamos casi extinguida y que haya quien dirija su mirada hacia el cristianismo y sus formas simbólicas y místicas. A mi me sorprendió la aparición reciente de un disco de El Niño de Elche con un título tan explícito como "Cruces", así como que el cantante celebre dar un concierto en una iglesia que no esté desacralizada y de donde, según sus palabras, no se ha exiliado a Jesucristo. Quizás al final comprendermos a los musulmanes y su fe mucho más robusta. Una fe robusta que, dicho de paso, tiene algo que ver con la islamofobia occidental: ¿les tenemos envidia por ser mucho más creyentes que la inmensa mayoría de los supuestos "cristianos"? ¿O nos sentimos superiores a ellos por nuestra fabulosa mente racionalista, libre de todo dogma y e toda superstición y por nuestra sociedad igualitaria e impoluta?

He visto el último video-clip de Rosalía, en el que aparecen muchos símbolos cristianos de forma explícita, en una canción que también habla de la búsqueda espiritual tras el fracaso de las opciones digamos materialistas. La riqueza (o el deseo insatisfecho de ella) parece ser que crea un vacío interior que solo se puede paliar con la fe, y ese es un mensaje antiquísimo y una de las claves del éxito del cristianismo primigenio, con sus raras paradojas: los últimos serán los primeros, y lo del camello, el rico y el ojo de la aguja.

Creo que la sociedad se mueve siempre en tensión entre opuestos y así, al lado de los que quieren enriquecerse deprisa y sin escrúpulos, están quienes han virado hacia los referentes de la espiritualidad y la religión, esta herramienta que nos da algo de esperanza en la comunidad de los iguales. Aunque ya saben lo que dice el filósofo: la esperanza solo es una forma de sumisión, una atadura. La esperanza del esclavo.


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