Eso va de educación y escuelas y niños y niñas que algún día serán directivos, políticos, taxistas, policías, médicos, lampistas, traficantes, arquitectos, jardineros, científicos, músicos, cajeros de supermercado, artesanos, mecánicos, albañiles, barrenderos, maestros, enólogos, periodistas, agentes de bolsa o mangantes. Léanlo en femenino también.
Aunque muchos teóricos de la educación insisten en que la innovación no es un valor en si mismo, en el mundo educativo se insiste mucho en la innovación porque la sociedad cambia y se renueva. Y tu ¿en qué innovas? te suelen preguntar, del mismo modo que te podrían preguntar, en otros lares: y tu ¿que tomas?. Si uno responde Coca-cola es un besugo, si toma cerveza es un tipo de clase baja y si respondes güiski pues mucho mejor. Hay que pujar alto e innovar.
Nadie ha conseguido demostrar jamás que los métodos innovadores den mejores resultados, pero en Cataluña estamos abonados al ensueño de la modernidad y del liderazgo español en el progreso y las demás fantasías. Y ahí estamos, encantados de habernos conocido como catalanes. Quizás nadie se cree ya el cuento del ascensor social debido a la educación y todo el mundo admite que si naciste para martillo del cielo te caerán los clavos o, en versión autoayuda, si la vida te da limones hazte una limonada y no te quejes más. Debe ser por eso que en los barrios pobres hay mucha innovación, mucha hora lúdica, matemáticas divertidas y ortografía natural, y ambientes y talleres de experimentación y Scape room. Y también debe ser por eso que en los coles de los barrios bastante bien se practica el cálculo y la ortografía: si el ascensor social se ha detenido, que mi niño se detenga en el piso alto en donde está.
Una vez, por esas cosas de la burocracia y del funcionariado -que se detuvieron en el piso de Franz Kafka-, llegué a una escuela de un barrio en el confín de la ciudad. Entre las grandes naves del polígono industrial había unas casitas de los años 70 y, perdida entre el hormigón prefabricado, la escuelita. En cada aula podía contar 15 nacionalidades de origen, niños y niñas cuyos padres emigraron por varias razones pero en todas ellas había un denominador común: que mi hijo tenga un buen futuro, un futuro mejor. Así que, llenos de confianza en Europa, cada día madrugan a sus retoños, les visten con lo que pueden y les llevan hasta la puerta de la escuelita. Algunos llevan un bocata para el desayuno, otros un plátano o una mandarina, otros nada. Algunos llevan la misma ropa de lunes a miércoles, otros de lunes a viernes.
En la escuelita se empieza con una hora y pico de charla, luego una actividad manipulativa y mucha pantalla táctil de último modelo, luego patio, luego taller de operaciones, luego los portátiles para desarrollar el proyecto que ellos mismos han decidido emprender. El tema del curso es "los fenómenos meteorológicos". Un grupo elige el arco iris y otro los rayos y los truenos. El grupo que trabaja el arco iris busca imágenes y vídeos sobre el arco iris, que en catalán se llama "arc de Sant Martí". Después de tres semanas de trabajo, le pregunto al grupo qué ha aprendido y me responden que han hecho un gran descubrimiento: ¡Genial! les respondo, y ¿cual es vuestro descubrimiento?. Hemos descubierto que hay un día del arco iris. ¿Qué día es ese? les pregunto, sorprendido. ¡El 11 de noviembre! me responden con euforia. El 11 de noviembre es la onomástica de San Martín de Tours, según el santoral católico que consulto más tarde: he ahí el resultado de su trabajo de investigación sobre el arco iris, del cual no me pueden decir cuantos colores lo forman ni porqué, pero sí que se celebra el 11 de noviembre.
El grupo que trabaja los rayos y los truenos me contará, poco más tarde, que antes de empezar el proyecto creían que los rayos eran un fenómeno eléctrico pero ahora ya saben que hay un tipo barbudo más arriba de las nubes que los fabrica y los lanza cuando se le antoja. Han encontrado un dibujo de Zeus y, como todo sabe que lo que dice internet es verdadero, pues será eso del barbudo. Levanto la mirada y miro a la maestra del grupo, que anda de aquí para allá entre 23 niños y niñas de 15 nacionalidades distintas, tres religiones distintas y una convivencia muy compleja entre todo eso. De modo que no le cuento nada de lo que acabo de ver y me limito a preguntarme, para mis adentros: ¿de veras alguien cree que eso es una metodología adecuada y oportuna para esta escuelita? Pero les confesaré algo: incluso me cuesta escribirlo porqué temo que salga alguien de la inspección o de cualquier despacho oscuro y acuse a la maestra de incompetencia.
Este es un tema interesante. Un tema del que puedes hablar de primera mano actualizada, porque hemos de recordar que estás en activo, y ese es otro "activo" a tener en cuenta.
ResponderEliminarPienso que las innovaciones se tendrían que hacer copiando lo que ha resultado ser positivo en Europa, y en Europa está Suiza y los Países Bajos como referente. Lo primero que te ponen es que la media por aula en Suiza y en Países Bajos es de 20 alumnos y de 16 alumnos respectivamente.
Ya no me es necesario mirar nada más.
Innovación sería que el curso que viene, las aulas estuvieran ocupadas por no más de veinte alumnos, y que si se quisiera dar las clases en bilingüe, hubiera dos profesores, así, sin complejos, sin problemas, sin darle vuelta al asunto, sin buscar excusas. Clases de veinte alumnos, aulas para veinte alumnos y dos profesores por aula, uno en cada idioma.
Estoy seguro que nos pasamos por el forro el informe PISA y todos los demás informes habidos y por haber.
Procuro ponerme en tu piel, no es fácil, no lo es, porque intuyo que cuando uno se ve impotente se desilusiona, pero ahí viene la pregunta: ¿sí aun haciendo las cosas con amor, uno se desilusiona, cómo podré seguir ejerciendo con bien el oficio?.
Un abrazo, mi buen Lluis¡
Salut