Dicen que España necesita del ladrillo y del turista para vivir. Y a alguien, en alguna parte, más listo que el hambre, se le ha ocurrido juntar los dos asuntos. Así nace la ocurrencia del piso turístico que está asolando el país. Porque no se trata ya de los centros de las grandes ciudades: hay pueblos de montaña que se empiezan a llenar de apartamentos para turistas al tiempo que echan a los vecinos. Las leyes del mercado, dicen.
En España no ganamos para sustos ni para disgustos: tras la alegría inicial del turismo low cost y Airbnb, que teóricamente ayudaba a las buenas gentes a ingresar un poquito más, vino la peste, en forma de grandes inversores dispuestos a sacar tajada, pero a lo grande. Los listos suelen olerse los espacios desregulados, adonde acuden dando grandes dentelladas. Tonto el último: cuando el vecino pone un piso turístico, el otro vecino hace lo mismo. En España es fácil hacerse rico: lo dijo Alfonso Guerra. Lo que no dijo Alfonso es que también es muy fácil hacerse pobre.
Las leyes del mercado, la oferta y la demanda: imagínese usted que se aplica la ley del mercado al precio del pan. Lo vería como una salvada, ¿no es cierto? Sin embargo, la ley de la selva sí vale para la vivienda y ahora, justo ahora, empezamos a darnos cuenta del desaguisado descomunal. Si nadie se horrorizó cuando se reguló el precio del pan y nadie tildó de loco comunista al gobierno que lo reguló ¿porqué deberíamos horrorizarnos cuando se pretende regular el precio de la vivienda?
Quienes defienden el mercado libre suelen poner como ejemplo a la pareja de pensionistas que, tras muchos esfuerzos se han comprado un pisito y lo ponen en alquiler para redondear la pensión. Lo cual ya huele a tercermundista, qué quieren que les diga. Pero ese ejemplo es tramposo y torticero: los precios no están por las nubes gracias a esos adorables ancianos y eso lo sabe todo el mundo. No hace falta ser muy inteligente (ni muy comunista) para darse cuenta de que la vivienda debe ser regulada con mano firme. Y el señor Feijóo, que se ha cambiado las gafas por una lentillas y va modificando el color de su pelo no parece verlo nada claro: a él se le ocurre liberalizar la cosa, tal como lo hizo su añorado Aznar con el resultado que todos sabemos.
Eso es un drama. O una tragedia, lo sabe todo el mundo. Y es de muy mala persona hablar del problema de la ocupación (o de la okupación -con K suena más espeluznante) como argumento para defender la libertad del poderoso, aunque el poderoso sea un adorable anciano que alquila su pisito comprado con esfuerzo. Ese terremoto nos alcanzará a todos más pronto que tarde. Han aparecido los campamentos de autocaravanas, los pisos compartidos por varias familias, ha vuelto el chabolismo (¿cuánta gente está viviendo en las barracas de los huertos en las periferias urbanas?), vuelve el hacinamiento y la convivencia forzosa. Luego vendrán las cuevas en el monte, hasta que los ejecutivos de Airbnb empiecen a alquilar cuevas para turistas alternativos y ecológicos. Y todo eso en el país de la las libertades y los derechos y todas las monsergas neoliberales con las que la izquierda hace la vista gorda sin darse cuenta de que todo eso la pasará una factura grave: ¿cómo se explican, si no, el auge del voto de la clase trabajadora empobrecida a la extrema derecha antisistema en todo el mundo?
Ahí está el asunto: la derecha hace de derecha y aboga por la libertad del lobo, pero la izquierda mira hacia otra parte y sigue empeñada en los derechos de los infinitos colectivos minoritarios como si no importase nada más. Quizás los arrendatarios tenemos que configurarnos como colectivo minoritario y maltratado para que nos escuchen.
No hay que confundir piso turístico, el propietario alquila esporádica mente su piso, no pierde el control y recibe un dinerito, después de gastos, que no va mal. Lo otro es el apartamento turístico, con legislación diferente, es lo más parecido a un hotel, pero con menos exigencias. Hay una corriente comercial, por convertir edificios en este tipo de negocio, es lícito, pero en algunos casos por tener inquilinos no es tan fácil
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