Las luces suspendidas en un aliento efímero de cables negros. Sirven para iluminar las calles que iluminan las tiendas, que a su vez iluminan la caja, que a su vez llena La Caixa. Unos instantes de luz que parpadea, el espejismo de un antiguo ritual pagano que luego se hibridó con Jesús, el palestino.
Siempre fuimos cobardes y nos fue mejor así, la cobardía es un aprendizaje costoso. A los niños les gusta la pelea. Incluso los antiguos vascos se rindieron al ver las legiones romanas ante sus puertas. Aunque luego digan que el País Vasco jamás fue conquistado, la verdad es que se rindieron sin luchar y por eso tuvieron una conquista blanda. El sueño de la paz puede que sea el sueño de los cobardes que prefieren vivir. Ya cesaron las voces del independentismo catalán que exigían muertos: nadie se ofreció voluntario para morir por la patria.
Y, sin embargo, hay quien todavía se regocija en la furia y no perdona la Navidad cuando puede verter sangre fácil. El día en que nació Jesús el palestino morirán unos cuantos niños de los que solo sabremos el número, jamás el nombre. A un hombre trastornado se le ocurre atropellar a la multitud que va de compras navideñas para reivindicar algo oscuro e incomprensible que se expresa con sangre en el asfalto.
En alguna parte del mundo, en sombras, alguien ensaya nuevos misiles supersónicos. Siempre andamos buscando qué es lo que nos hace humanos y distintos de las demás especies pero cuesta dar con el secreto, que se esconde y nos engaña. Para poder matar primero hay que odiar. O querer demasiado. Es imposible matar a quien te resulta indiferente. Hay que odiar para diseñar nuevos misiles, mejores, más certeros, más inteligentes e infalibles. La inteligencia no nos hizo mejores.
Quien no sabe lo que busca no entiende lo que encuentra. Pero avanza bajo las lucecitas navideñas y ese rumor lejano del villancico, los peces y el río, el burrito sabanero, el ensueño de los cobardes dormitando la siesta navideña bajo el estruendo y el ruido del odio que nos hermana.
Somos uno y lo contrario, LLuis, o igual somos lo que nos decía el Armando Manzanero, un sueño imposible que busca la noche, vaya uno a saber, lo que está claro es que somos, y no no-somos, (eso ya sería Heidegger), y que como tal hemos de demostrar que al estar, al menos lo hagamos con dignidad.
ResponderEliminarAlgún día dejaremos de ser, unos antes que otros, que cuando ocurra permanezcamos en el recuerdo de aquellos que sentían cariño por los que intentaban obrar con nobleza.
Un abrazote muy grande.
Gracias por tu felicitación, me gusta mucho.
Te llevo presente...siempre.
Uffff, que fuerte, que fuerza interior la tuya. Me quedo que ayer nació un niño, que es Vida, futuro.
ResponderEliminarFeliz Navidad