Es una librería pequeña y el dintel está pintado de rosa. En el interior hay una luz tenue y sensual, y allí conviven los libros españoles (incluyendo los catalanes), los ingleses y franceses y los demás. Conviven en una armonía silenciosa y locuaz que ya quisiéramos para nosotros. La pared de la derecha está ocupada, de cabo a cabo, por la literatura hispanoamericana, ordenada alfabéticamente por países y empezando por Argentina. Ahí están mis queridos Cortázar y Borges, Roberto Arlt, Claudia Piñeiro, Antonio di Benedetto, Leopoldo Lugones. Y luego los queridos de otros países: Rivera Letelier, Lezama Lima, García Márquez, Volpi, la mexicana genial Valeria Luiselli, Vargas Llosa, Jorge Soler, Alberto Mussa, Ignacio Padilla, Onetti, Cristina Peri Rossi, Galeano.
Algunos de esos quisiera yo que fuesen como de la familia, acompañantes inseparables e incondicionales, hasta el fin. Hay un vínculo emocional poderoso y sanguíneo, una llama que siempre arde. Muchas veces quise ser argentino, como los familiares de sangre que emigraron a principios del siglo XX y jamás regresaron. E imagino ese rastro de los genes compartidos andando por la Pampa, por las calles de Buenos Aires y Montevideo, Río de la Plata. Una extraña palingenesia. Los paisajes que filma Marcelo Llinás, el balneario Ostende en Valeria del Mar, el puerto de Ibicuy, río Paraná.
Hay algunas cosas que no podemos elegir: el tiempo en el que vivimos, el lugar en el que nacemos, los progenitores. Pero sí nos es posible imaginar otras vidas, tiempos y lugares. Y la vida consiste en crear esa alternativa a costa del sacrificio ritual de la realidad impuesta por el destino o la naturaleza. Del mismo modo que podemos rodearnos de nuestros mitos y fantasmas buenos en una vida de ensoñación permanente. Y no hay razonamiento alguno en estas elecciones: son irracionales, emocionales. Yo me creé una familia en América del Sur y quise escribir como Rivera Letelier, Cortázar, como Borges. Quise escribir como ellos o para ellos, para demostrar mi filiación elegida y para huir del país pequeño y empequeñecedor que me tocó en la ruleta de la vida y en el que quedé atrapado, como quien no puede salir de un sueño denso y espeso como el limo, quien no puede despertar.
La librería de Sabadell abre su puerta a la otra dimensión, aparece ante mi como salida de un fenómeno paranormal, por una extraña casualidad cósmica de los universos paralelos y las sincronicidades, un destello de luz distante y melancólica, la rara anatomía del mundo y del tiempo incomprensible, la curvatura del espacio sometido a la gravedad de los cuerpos que se atraen y se repelen, los agujeros negros, la finitud al final de la eternidad. Jamás podré comprender el mundo ni sus exigencias. Por eso cruzo la puerta rosada de la librería del Río de la Plata y entro en el misterio, sin cambalaches.
Ostras..Leopoldo Lugones..lo tenia olvidado. De él leí "La guerra al Malón" que es como se llamaban a las hordas indígenas (Tehuelches) cuando entraban en combate.
ResponderEliminarUn libro muy curioso que me dió mucho que pensar.