El año recién terminado ha sido un año en el que, contra pronóstico, he leído libros gordos. Incluso espesos además de gruesos. Me dije que no iba a leer libros de más de 150 páginas y a continuación me compré uno de 900. Hay algo raro en la lectura, un acto antiguo que nos hermana con personas de siglos, de milenios atrás. Hombres y mujeres leyendo a través de los siglos. Leer en silencio, leer en voz alta, leer y levantar la vista al cielo azul o al techo blanco, leer y reír, leer y llorar, leer y horrorizarse. Leer para no escribir más o para intentar comprender algo a duras penas, un débil hilo de luz mortecina entre la tiniebla. Leer para pensar o dejar de pensar. Leer con el infinito deseo inhumano de leerlo todo antes de que llegue el fin. Leer para saber qué es la vida leyendo la vida de otros.
No hay dilema entre leer y vivir, puesto que leer es una forma de estar vivo y de reivindicarse, de amor al antiguo arte de la impresión en tiempos de la reproductibilidad, cuando miles de personas podemos estar leyendo la misma página, la misma frase incluso. En lugares muy distantes del planeta, como miembros de una oscura secta tímida y silenciosa, sin lista de miembros. Nadie conoce a nadie, como en un comando anarquista dinamitero. Leer mientras se oculta el sol o cuando se levanta, como en un ritual primitivo, sin reglas ni dioses. No hay más vida en coito que en la lectura. Quizás se debería leer después de hacer el amor. O al revés. En algunas novelas, el protagonista nos cuenta su vida empezando por el principio, por el instante de la concepción. Jamás me había preguntado como me concibieron hasta que leí uno de esos libros.
Durante el año 2023 me dio por leer libros gordos. Mientras leía uno de estos libros, una bomba mató a 15 personas en una pizzería de Kramatorsk. Durante la lectura de otro, una niña de 12 años se suicidó tirándose por el balcón. Cuando lo supe, más tarde, empecé la lectura de "Las vírgenes suicidas". Leer también es autista e indolente, leer para matar el rato mientras otro se muere. Leer para dormirse, o para cruzar toda la noche en vela. Leer en los bares. Eso lo hice durante algunos años, y leía y bebía hasta que el alcohol emborronaba las páginas y entonces me ponía a caminar para metabolizar, y mientras caminaba pensaba escribir novelas que no escribí. Leer biografías para caer en el pozo de otro, como en la lectura del "Diario de un artista seriamente enfermo". Leer con música de Bach de fondo. A veces la de Lou Reed, pero a volumen muy bajito. Coney Island baby, Sweet Jane.
Leer esperando que todo termine. O que todo comience. Y mejor leer en papel, en un sofá, sin reloj. Los niños y las niñas de hoy leen poco y no tienen comprensión lectora, leo en un artículo. Bueno, tampoco leían los hombres y las mujeres que inventaron la rueda, la ganadería, la agricultura y el culto al sol, quienes pintaron las paredes de piedra de Altamira y de Lascaux.
Comparto tu gusto por la lectura de libros gordos.
ResponderEliminarAhora estoy con la de Vicente Rojo, un tocho interesante de la vida en el frente del general republicano.
Sin embargo, vuelvo siempre a las andadas con el 2666 de Bolaño, porque creo que no lo he descifrado todavía, y mira que lo he leído cuatro veces, pero es tan denso y creo que me quiere decir tantas cosas que acabo tropezando.
Lo tengo diseccionado, incluso hice unas cábalas con los filósofos que cita, y aún no he llegado a comprender el nexo que los une.
La lectura cambia de aspecto. Ahora volverán a leer en otro tipo de soporte, pero lo harán.
Lo que no se es si la capacidad cognitiva volverá a ser la de antes.
Eso lo dudo.
Un abrazo
Perfecto Lluis. Mi abuela tampoco sabía leer ni escribir y sacó adelante a una familia ella sola.
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