Para responder a los lamentables resultados del alumnado catalán en las pruebas PISA, la Consellera de Educación Anna Simó ha elaborado una lista de diez medidas urgentes. Uno diría que las redactó en el duermevela, ensoñada o quizás durante una siesta tras una comida demasiado opípara. Los catalanes nos cansamos de vivir bien. Cada uno se construye su propio infierno, a su medida y en la medida de sus posibilidades.
Algunas de las medidas huelen a reciclaje de ideas anteriores, otras a ocurrencias, otras a demagogia, como el aumento del 20% en el presupuesto educativo. Pero alguna de ellas huele a bandera, a ese aroma de las banderas altivas y ondeantes. La Consellera promete un acuerdo de país. Sin mencionar al país ya no se hace nada en Cataluña: hay que construir siempre y en cada esquina ese país, levantar ese edificio señorial, el castillo, la fortaleza soñada. Un acuerdo de país para la educación. Si hay conceptos borrosos, el concepto país es el más borroso de todos en esos días del siglo XXI cuando la globalización es una realidad que algunos se resisten a mirar. A día de hoy resulta muy complejo definir un país, pero por lo visto a la Consejera le resulta fácil. La identidad es una obsesión, la construcción de una identidad estrecha inspirada en el siglo XIX para una ciudadanía amplia del siglo XXI.
La Consejera también mandó una carta a la comunidad educativa. La carta va dirigida a la dirección de los centros educativos, luego a los docentes y por fin al resto del personal. Las cosas en su orden natural. Primero los de arriba y luego si acaso ya vamos bajando. En esta carta, tras unos agradecimientos protocolarios, la Consejera le pide al personal de la educación que participe en un debate enriquecedor. Al final, de la carta, sin embargo, se esfuma el espejismo y aparece el lapsus revelador. Eso sucede en la Postdata. Postdata: "No respongueu aquest missatge". Así termina la carta que pide debate y participación. Hubiese sido más poético que lo terminase con un romántico "Quemar después de leer".
Algo huele a podrido en la educación catalana, y uno no puede dejar de pensar que, tras los recortes salvajes de Convergència, el procés independentista y la dejadez general, la educación catalana se descompone y el abismo le devuelve la mirada. Tras muchos años de ocurrencias didácticas y metodológicas, solo podemos demostrar la segregación y el fracaso.
No hablo de malestar entre los docentes, no hablo de falta de recursos ni de sueldos bajos, ni de una formación deficitaria en el magisterio: hablo del futuro secuestrado a un alumnado plural y complejo que se verá empujado a una vida laboral lamentable y a unas expectativas vitales precarias. Este es el título de la tragedia que acontece en el país soñado, de la pesadilla agazapada tras los números de PISA.
No sabremos nunca si Cataluña es un país, lo que sabemos es que, en el caso de serlo, es un país fracasado. Un país son sus ciudadanas y sus ciudadanos: no es una lengua ni una bandera ni una frontera ni una historia medieval.
No puedo hablar como docente, no sería serio por mi parte, pero si como "fleco" a esa docencia que se imparte, ya que al tener familiares en edad escolar y al ayudarles a hacer los deberes, me toca, como en el billar, indirectamente.
ResponderEliminarCreo que el problema deviene en que no se entienden los "conceptos". Intentaré explicarme: Por mucho que un niño vaya bien en mates, se sepa las reglas y no tenga duda en la técnica de como hacer operaciones, sino entiende el enunciado, el problema no será resuelto.
Y eso es lo que observo. Supongo que es lo que falla, pero eso, fuera del aula, como es mi caso, sólo es especular. Hay que estar dentro, ver desde dentro, vivirlo desde dentro y saber los problemas desde dentro.
La lengua es el hilo conductor de la politización educacional, y me temo que la inmersión ha sido el ahogo del mismo.
Ya digo, hablo desde afuera.