En cada manzana del barrio hay una manzana. Es decir, en cada manzana hay una frutería. Son negocios sencillos, con lo mínimo indispensable. Los precios parecen inasequibles a la inflación y la fruta está madura.
Las niñas y los niños de este barrio llevan fruta para desayunar. A ese alumnado no hace falta contarle el cuento del desayuno saludable. Los hermanos menores aprovechan lo de los mayores: mochilas, carpetas, ropa.
Me dicen que los hombres de este barrio son muy machistas. Yo les miro o les oigo hablar y digo: sí, son machistas. Pero mi padre lo era más. La mujeres son sumisas, me dicen. Y yo las miro y pienso: mi madre lo era más.
Una de las pocas veces en las que mi madre se permitió ponerse enferma, mi padre le dijo que se acostara y que él se ocuparía de la cena. A ella le había subido mucho la fiebre. Mi hermano y yo éramos pequeños todavía. Pero al cabo de estar un rato en la cocina dando vueltas como un tigre enjaulado, mi padre entró en la alcoba y le preguntó:
-¿Cómo se fríe un huevo?
Cuando era pequeño, a mi me gustaba lavar ropa en el fregadero y luego tenderla en el balcón. Mi padre se preocupó mucho:
-Las vecinas te verán y pensarán: ¿le habrá salido maricón, el niño?
En esas estábamos hace unos pocos años, tan solo una o dos generaciones atrás. No veo yo que estemos para criticar mucho el machismo en el ojo ajeno. Sin embargo, flota en el aire un tono de superioridad cuando miramos a esos vecino de barrio pobre. A veces me he preguntado: ¿no será que algunos quieren trabajar en las escuelas de estos barrios para sentirse superiores, más modernos o más evolucionados? ¿Acaso nadie recuerda de donde venimos?.
Varias tardes la policía circula con las luces prendidas por esas calles y uno no sabe si ha sucedido algo o se trata de una actitud, de un puro acto de intimidación o de propaganda: el alcalde podrá afirmar que es un hombre de orden y que controla los barrios con policías y luces de colores. Los coches policiales brillan cada vez más, y añaden colorines a sus destellos. Uno diría que solo hay delincuentes entre los pobres y que esa gente viene a robar, tal como se oye a menudo y cierta prensa lo repite.
Pero lo que yo veo es que esta gente quiere para sus hijos lo que mi padre quería para los suyos: que aprendan y que se hagan personas de provecho, que salgan de pobres. Y para pagar los estudios de los hijos y las hijas (también de ellas, sí) se desloman en trabajos que ningún catalán quiere desempeñar. Y si un día, en una de esas calles alguien me roba algo, me habrá robado una milésima parte de lo que me han robado los bancos, las inmobiliarias, las gasolineras y los economistas teóricos.
Hoy le he comprado fruta a un tendero marroquí, y me la ha cobrado su mujer, que trabaja todo el día en esa tienda, con su velo y sus ojos tristes y cansados, con una fatiga de siglos colgando de sus párpados, esos ojazos negros en esa piel morena. Y me he sentido como el turista indolente que compra un chollo en un país pobre para contar, a la vuelta, lo muy listo que es.
Mi progenitor sólo hizo eso, procrearme, lo demás lo hizo mi madre.
ResponderEliminarSuelo comprar la fruta en una tienda de magrebíes. Son pareja. Ella siempre con el chador y una sonrisa, él es inescrutable.
Nunca me voy sin un obsequio de un ramo, considerablemente grande, de menta. Ahuyenta los mosquitos, dice la mujer, y va bien para el té, dice el hombre.
Vinieron desde no sé de qué punta, desde una lejana parte, de un recóndito lugar. Sólo quieren ganarse la vida en paz.
Lo mismo que quiso mi progenitor, mi madre y yo.
Y lo mismo que querrá mi hijo.
Salut.