Unas semanas atrás se publicaron los resultados del estudio PIRLS (Progress in International Reading Literacy Study), en donde Cataluña aparece en la cola de las comunidades autónomas de España en comprensión lectora. Es un dato muy preocupante.
El déficit en comprensión lectora no significa que los catalanes del futuro sean incapaces de comprender a Dostoievsky o a Cărtărescu, algo que ya sería triste: significa que no comprenderán las leyes, los programas electorales, las instrucciones para instalar un desagüe, los términos de un contrato laboral.
Quién no dispone de comprensión lectora no puede resolver un problema matemático ni cualquier problema que implique algo de complejidad. No hablo de las leyes de la termodinámica, de la física cúantica, del bosón de Higgs. Hablo de las cuestiones sociales: la inmigración, el reparto de la riqueza, el multiculturalismo, la diversidad sexual, los dilemas de la educación, las paradojas del progreso social o científico.
Quien no dispone de comprensión lectora será pasto de los discursos fáciles. Solo comprenderá mensajes muy visuales, muy breves y muy directos. La falta de comprensión lectora provocará que a nadie le gusten Tarkovsky ni Godard ni Varda. Eso es triste, pero soportable. La falta de comprensión lectora provocará que nadie se detenga en las cuestiones filosóficas elementales, que los argumentos éticos resulten tediosos y prescindibles. Eso es triste y, además, grave.
Tras la publicación de esos datos escalofriantes me quedé a la espera de una reacción por parte de la Consejería de Educación catalana, en donde se acaba de nombrar a una nueva consejera, la señora Anna Simó, licenciada en filología. Pensé que Simó se iba a preocupar seriamente del asunto.
Me equivoqué.
La nueva consejera no solo ha soslayado el problema si no que ha mirado hacia otra parte. Es el cuento del dedo y la Luna. En vez de afrontar la realidad, Simó apuesta por aumentar la presión sobre la cosa del catalán en las escuelas. Se trata de llevar el debate hacia otro lado, hacia el lado de las esencias nacionales. Simó quiere intervenir sobre los maestros y las maestras, y asegurar que se hablan en catalán entre sí, y que no desfallecen en la lengua: ni en el aula ni en el patio del colegio, que es la última extensión del campo de batalla. No tardarán en vigilar en qué idioma habla la maestra cuando se encuentra con un alumno por la calle el sábado por la mañana, en qué idioma habla con su marido, con su vecina, con su ligue. En qué idioma sueña.
Para la nueva consejera el problema de la comprensión lectora no existe. Solo hay una guerra contra el uso del castellano. Simó se lamenta de que haya maestras bilingües... en un país bilingüe. Que sería lo mismo que lamentar que haya maestras lesbianas, rockeras o ateas. La Consejera lamenta la realidad.
Si la señora consejera quiere incidir en las maestras y los maestros, se podría preocupar de la calidad de su formación, y de sus competencias y hábitos lectores. Está demostrado que si la maestra es lectora conseguirá mayor hábito lector entre su alumnado. Al margen de la lengua en la que lea.
No soy capaz de comprender la inquisición lingüística que se promueve, ni en qué mejorará eso la vida futura del alumnado, que vivirá (le guste o no a la Consejera) en un territorio bilingüe. Cuando uno defiende la lengua catalana (una lengua amparada por la Constitución española, las leyes y los presupuestos) debe andarse con tiento: no vaya a ser que un exceso de celo convierta al catalán en una lengua impuesta con amenazas y sanciones, en una lengua antipática. Puede estar segura de algo la señora Consejera: ser una lengua antipática es el paso previo a ser una lengua muerta.
Me pregunto qué comprensión lectora tiene la señora Anna Simó. O si de veras le preocupa la educación pública.
Esta señora no está preparada para ejercer esa función.
ResponderEliminarRecuerda que en el prosses se atrevió a decir que "Amb la república serem més feliçes", dando por hecho que la felicidad es una cuestión cuantitativa, de tendencia positivista y nada trascendental, sin bien es cierto que no cuantificó "cuanto de más felices" del uno al diez, pero dejó claro que, y bajo su poder cognitivo, la felicidad era sólo una cuestión de cambiar de políticos, dejando de lado a los constitucionalistas, para pasarse al lado de los adalides patrios que prometían un futuro lleno de leche y miel en la Itaca utópica.
Su planteamiento, además de infantil, dejó claro que no podemos estar en manos de personas que basan la felicidad solo por ser de un bando o de otro, sino que esta, entre otras cosas, se basa por optimizar adecuadamente los recursos, tener comportamientos éticos en el mando y ser ejemplar a la hora de tomar decisiones.
Al igual no nos da la felicidad completa, pero esto, seguramente, sería un punto a favor de los sufridos ciudadanos.
Salut
En Cataluña llevamos muchos años de improvisación en los cargos públicos de la máxima responsabilidad. El caso de Simó es uno más. Tras la calamidad improvisada de González Cambray, un hombre procedente del marketing y sin conocimiento de la educación, ahora llega Simó, procedente del activismo lingüístico pero con escasa o nula formación pedagógica. Eso, a priori, no sería un problema. El problema está en que priorice su activismo por encima de los criterios pedagógicos. Yo le doy los 100 días de crédito que le corresponden. Tras los cuales empezaré a evaluar. El pasado reciente de Simó en las filas de la promesa de felicidad es un mal dato. Veremos.
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