Se está muriendo la generación más politizada de la historia reciente, la generación del antifranquismo. Las generaciones siguientes, como la mía, ya lo vivimos de otra forma. Yo tenía 11 añitos cuando Franco murió y a veces incluso me parece que el dictador había muerto mucho antes, que solo quedaba de él un recuerdo, la sombra de la pesadilla que vivieron mis padres. La parte de franquismo que viví yo ya era residual y anecdótica, era ridícula. No lo era para los últimos represaliados, sin duda: me estoy refiriendo a la experiencia de un niño de 10 años.
Aquélla generación, la de los hombres y las mujeres que fueron jóvenes en los 60 y los 70, se termina. La generación de mis padres y profesores del instituto, de quienes aprendí los valores democráticos y el amor por la libertad y el espíritu crítico, el análisis, los principios éticos, está llegando a su fin. Y no veo un relevo claro. Quizás por eso se allana el camino a la ultraderecha que avanza sin freno por Europa. Fíjense en las elecciones alemanas para comprender lo que cuento.
Fueron, las personas de aquella generación, personas muy comprometidas. Más allá de si militaban en un partido o en otro, había un compromiso político que se traducía en su quehacer diario.
A día de hoy, en los institutos hay politización, claro está. Pero es de un signo muy distinto: más allá de las cuestiones de índole personal (LGTBI, veganismo, animalismo) no observo aquella clara oposición al totalitarismo, a la xenofobia o al machismo que vi entonces, en mis años de estudiante.
En Cataluña, durante los años del procés, no vi ningún atisbo de sentido crítico hacia la propuesta independentista aunque ésta mostrara sin tapujos su raíz insolidaria y supremacista, excluyente y antidemocrática: para muchos jóvenes, el independentismo era una propuesta de libertad en un mundo antipático, y se soslayó el contenido político profundo de un movimiento surgido del pensamiento nacionalista de derechas. Incluso una organización "juvenil" (o adolescente) como la CUP optó por hacer la vista gorda y sumarse al nacionalismo excluyente. Y lo hicieron con excusas pueriles: primero la independencia y luego ya hablaremos de lo social.
Lo he visto recientemente: jóvenes del entorno LGTBI ven con ojos muy indulgentes el ascenso de la ultraderecha, que es percibida como una tendencia liberal, una reivindicación de las libertades individuales. En ese punto se debe mencionar la habilidad de Isabel Díaz Ayuso, que ofrece un perfil "simpático" e indoloro de la ultraderecha y sobre la cual no he visto lecturas críticas entre los más jóvenes: su imagen de ganadora, de mujer atractiva, tolerante y sonriente dibuja una explicación temible. La ultraderecha ha conseguido lo que parecía imposible: presentarse como un aparato liberador y una encarnación del sentimiento antisistema, el crisol del malestar.
Hay una incapacidad alarmante por parte de las izquierdas, embrolladas en la ambigüedad y aturulladas en la complejidad. La realidad no solo se ha vuelto líquida: también compleja. Y la ultraderecha da respuestas simples en un mundo con graves dificultades para la comprensión lectora y agobiada por esa complejidad. La alcaldesa de Ripoll arrasa en las urnas con unas propuestas que pudo redactar un niño de primaria: echamos a los moros y todo estará solucionado. Una política de Tik Tok.
La ultraderecha avanza respondiendo a la complejidad con propuestas muy simples y convirtiendo la discusión de barra de bar en programa electoral. Y lo hacen sin respuestas, sin crítica. Avanzando por una autopista sin peajes hacia el fantasma de la libertad individual.
Cuando certificaron la muerte de Franco yo tenía casi 23 años. Bachillerato elemental, el superior, y el Preuniversitario los hice con él.
ResponderEliminarEn la época que nos detallas existía Blas Piñar y Fuerza Nueva, además de la Falange. Dominaba el SEU, Sindicato Estudiantil Universitario, y se trabajaba amén que se estudiaba.
Se trabajaba, 48 horas semanales, y a partir de las seis de la tarde la escuela del Trabajo abría sus puertas a los estudiantes nocturnos, como en mi caso, para acabar a las diez de la noche, y no había nadie que no tuviera simpatía por las izquierdas.
¿Quisiera saber quién, y a qué edad se vota ahora a la ultraderecha?, la pregunta tiene su base, porque me consta que todos los de mi edad, setenta años, simpatizaban con el antifranquismo de una u otra forma, y sin embargo me comentan que los votos de Vox no vienen dado por la juventud. Luego la pregunta es: ¿qué ha pasado para que todos aquellos trabajadores natos y estudiantes nocturnos del ayer, mayoritariamente marxistas, hoy voten a los modernos representantes de Blas Piñar?
Esa es la pregunta.
La respuesta creo que la tienen los representantes de los 4.586 partidos políticos dados de alta en España en el registro del Ministerio del Interior, según confirma este departamento ministerial a Newtral.es. En lo que llevamos de año ya se han dado de baja unas 346 formaciones, 66 más de todas las bajas que se produjeron el año pasado.
En realidad son 4.586 partidos más Sumar, pues el registro se dio actualizado el 28 de septiembre de 2022.
Quizá, sólo así empecemos a entender lo que nos pasa.
Salut