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La república de los contenedores quemados

Uno se vuelve conservador con el paso de los años. ¿Un fenómeno debido a la edad? Eso no significa que uno se haga de derechas, pero es bien cierto que uno le coge aprecio a mantener ciertas formas, y le da una importancia renovada al respeto, al cuidado, al mantenimiento de lo que nos parece bueno, bello, útil o interesante. Al respeto, por lo menos, hacia lo que es de todos. Decía Josep Pla que el payés es conservador porque sabe cuán destructiva puede ser la naturaleza. Uno tarda media vida en levantar un campo de frutales, y sabe que una tormenta de verano se la puede arruinar en pocos minutos. El obrero no es menos conservador que el señorito que nació en una rica hacienda: el obrero sabe el esfuerzo que hay detrás de su coche, de sus pertenencias por escasas que sean, de la educación de sus hijos, de esos cuatro libros.

El obrero también sabe que el ambulatorio o la escuela pública del barrio no son gratis ni cayeron del cielo: el obrero sabe que eso, como los contenedores de la basura, salen de una larga lucha. El bien común. El bienestar de los que no tenían bienestar. El único patrimonio de los que no heredamos nada es eso, lo público: el ambulatorio del barrio, la escuela pública, los contenedores de la calle, la parada del autobús, el tren de la renfe. Eso y nada más. Eso es todo lo que tenemos.

Yo se cuantos dineros pago en impuestos, y se que esas calles con sus carriles de autobús, sus carriles de bici (que no utilizo), sus aceras más anchas que antaño, las farolas, el buzón de Correos, la papelera, el autobús, el camión de las basuras me han costado una parte de mi esfuerzo. Una parte nada banal: todo es caro. Al igual que los contenedores de colores que el ayuntamiento instala cada cien metros, que también se pagan con la parte que el estado se lleva de mis esfuerzos, de mis madrugones, de mis sueños. Esos contenedores de Ros Roca valen una buena pasta. Esos contenedores de Rosa Roca que los chavalines que defienden una república imaginaria queman para reivindicar su fantasía. Incluso el revolucionario de salón más osado no estaría dispuesto a quemar su salón para salvar su revolución. Sin embargo, aquí tenemos a un puñado de revolucionarios de casa bien dispuestos a quemar el salón público. Quien dispone de muchos bienes privados siente un respeto nulo por los bienes de todos. Que se jodan los todos.

El propósito de esos chavales es imponernos su independencia por la vía de la violencia, de lo insoportable. A lo vasco, a caraperro. No pretenden negociar nada. Buscan la independencia por la vía batasuna, sin pactos ni diálogos, solo con cerveza (cerveza autóctona, tan artesana como mala). Buscan su objetivo con el desprecio, con la supremacía, que son formas de la violencia. Les responderán con la fuerza del estado y sin pactos ni cerveza, y entonces protestarán de nuevo (protestarán sobretodo por la falta de cerveza).

El viernes por la tarde, cuando ya estaban oscuras las calles, salieron esos jóvenes partidarios de la república fantástica y quemaron contenedores. Los arrastraron calle arriba y abajo, montaron barricadas y, fascinados por los gilets jaunes de París, montaron una revolución durante un ratito. Y luego se fueron de fiesta, pues es viernes y toca fiesta. Vino la policía y les arreó. Y entonces se sulfuraron, pues ellos pensaban que esa policía autonómica era "dels nostres". De modo que pidieron dimisiones, y señalaron a esos policías y exigieron sus cabezas. Si algo les aguó la fiesta del largo fin de semana de la Constitución fue esa sorpresa tan sorpresiva: la policía autonómica nos ha pegado... ¿acaso no eran de los nuestros?.

Quien me iba a decir que llegaría un día, ya pasados los 50 años, en que me posicionaría del lado de la policía que disuelve protestas callejeras. A mi, que tantas veces tuve que salir por patas ante las cargas de los Mozos de Escuadra como cuando, por ejemplo, protestaba por los recortes sociales del gobierno autonómico del señor Mas. Quien me iba a decir que me pondría del lado de los polis que pegan en una manifestación. Pues bueno, eso lo han conseguido los chiquillos de Arran, de la Cup, de los Comités de defensa de la República locales.

Mi ciudad es provinciana y pequeña. Aquí nos conocemos bastante, aunque no mucho, lo justo. A esos chiquillos les conozco. Desconozco sus nombres, no se donde viven, ni a qué se dedican en su tiempo libre. Pero de algún modo si, les conozco. Son niños bien en su mayoría. Quizás no todos. Papá les paga ese disfraz de pobre, que es un disfraz caro. Esa sudadera color pardo con capucha es de marca, esas zapatillas para volar con las alas de una diosa griega, ese coche bueno y nórdico, esos estudios universitarios culminados con másteres. Papá (o mamá) les presta las llaves del chalé con piscina para sus cosillas sociales, y les amonesta levemente el martes, cuando regresan, cuando han dejado el chalé hecho unos zorros tras sus cosillas (¡ahora tendré que pagarle horas extras a la Evelyn Salazar para que me limpie la casa de Begur! ¡Espero que este verano me saques buen provecho del cursillo de perfeccionamiento del inglés en Exeter, por lo menos!).

Uno se vuelve conservador e incluso se pone de parte de los polis que reparten estopa en las calles para disolver a esos quemadores de cosas públicas que dicen defender la res pública. Y más aún cuando uno se entera de que tras las quejas de esos chiquillos se han reunido el presidente y el consejero de interior (¡en domingo, día de misa!) para analizar las cargas policiales, con la insinuación de que igual rodarán cabezas entre esos policías que salieron a hacer su tarea. Unos policías que son trabajadores, al fin y al cabo. Como yo. Trabajadores que deben calcular bien antes de comprarse un Ibiza o un Q5, y que cuando se zambullen en una piscina lo hacen en la municipal, sin opción a refrescarse en la de Begur en donde se zambulle tan ricamente el chaval del CDR local. Quien dice Begur dice Das, Bellver, Palafrugell, Sant Feliu de Guíxols, Sant Etzétera del Ampurdán.

Esos chiquillos sin límites, a quienes la autoridad política alienta y protege (o eso parece) les puede dar en cualquier momento, y en cuanto se vean impunes, por quemar ambulatorios de la Seguridad Social o escuelas públicas. Al fin y al cabo, dirán, son instituciones del estado español opresor y expoliador. Quemarán ambulatorios médicos y escuelas públicas, cosas que ellos no han pagado ni han necesitado jamás, símbolos de ese estado maligno que les explota, les empobrece y les oprime. Ese estado dañino en el que están sus chalés con piscina y un jardinero murciano, sus Q5, sus másteres privados, sus sudaderas North Face, sus colegios de alta gama, sus Evelyns Salazar pagadas en negro, sus veranos en Exeter, sus escapadas a Laponia para ver auroras boreales y solidarizarse con los pobres lapones sometidos como nosotros. Comités de defensa de la República, les llaman. Y hablan en nombre del pueblo catalán y de su dignidad, y hablan en nombre de la clase obrera, y dicen que la lucha de clase y la lucha nacional son la misma. ¡Qué tontos son esos pobres CDRs! ¡Dios! Dios mío perdónanos, porqué no sabemos lo que hemos hecho. Nos hemos buscado el infierno y lo hemos encontrado.

Hoy no he podido dejar mi basura en el contenedor de la esquina. Lo quemaron.


Comentarios

  1. Al hilo de lo que te comentaba en facebook sobre este asunto, recuerdo esa pieza de "Fantasía", de Walt Disney, en la que Mickey hace de aprendiz de brujo, desatando unas fuerzas que luego no podrá controlar. Eso les va a pasar a estos descerebrados que hoy "desgobiernan" Cataluña.
    Un saludo.

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    Respuestas
    1. Estoy de acuerdo contigo. Creo que eso ya les está pasando: no controlan al monstruo que crearon.

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  2. Así empezó la Kale borroka (movilización urbana), y ya se sabe como acabó.

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  3. Queman los contenedores y cortan las carreteras. Después los políticos entre ayuno y "pijamadas" deciden apuntarse a una "hazaña bélica".
    Saludos

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  4. Enhorabuena por tu nueva propuesta, a la que deseo larga vida.

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