Vive en casa de sus padres, valorada en más de medio millón de euros, en Sant Cugat. Aunque sus padres no la compraron: la heredaron del abuelo, un joyero barcelonés que compró la casita para el verano. En aquella época, un ingeniero llamado Pearson diseñó el único ferrocarril catalán. He ahí el origen de los Ferrocarriles de la Generalitat, pensados para facilitar el acceso a sus casitas de Collserola a los ricos de Barcelona.
Ahora se ha apuntado a la CUP. Sus padres aplauden la iniciativa: ellos son partidarios del veganismo, del feminismo bien entendido y de comprar el tofu en Veritas. Se compraron un Mercedes Benz eléctrico por respeto al planeta. Así pues, la postura ideológica del vástago parece una prolongación lógica del pensamiento de los progenitores, que -sobra decirlo- son muy independentistas. La bandera estrellada ondea en el tejado del chalé y, en la fachada, todavía subsiste una pancarta que dice algo sobre la opresión. De algún modo, se sienten oprimidos y creen que deben contárselo al vecindario.
La CUP de Sant Cugat no disponía de local, así que varias familias con hijos en este partido montaron una sociedad y compraron una vieja masía en el centro: nuestros hijos deben tener un local digno. La reformaron de pies a cabeza, y la reforma la encargaron a un bufete prestigioso de arquitectos y decoradores de interiores. El resultado es digno de ser visto en las revistas de diseño.
En las recientes elecciones catalanas, la CUP se ha presentado con un eslogan a la altura de sus ideas: "Defensem la terra". No se trata de defender los derechos, las libertades, los servicios públicos o las personas. Se trata de defender la tierra. Es un propósito digno de condes y hacendados: defender lo mío, mi territorio. Mi feudo. Los privilegios de mi territorio.
Uno puede ser hijo de ricos y sentirse trotskista, por supuesto. Bakunin era hijo de aristócratas y promulgó el anarquismo dinamitero. El problema de la CUP es que no supera su contradicción y, por consiguiente, ejerce un izquierdismo tímido y acomplejado, aunque eso no les impide sentirse moralmente superiores. Superiores incluso a la clase obrera que pretenden liberar de la opresión. Su problema es irresoluble: nadie, en su sano juicio, actuaría contra los intereses de clase de su familia. Por lo menos no en Cataluña. La CUP, pues, sigue ejerciendo de hijos de papá a la vez que se distraen delirando revoluciones imprecisas: otro país es posible, afirman. Claro que sí: es posible otro país, sí señora condesa, del mismo modo que es posible que mañana llueva.
Que llueva, siempre que la riada no se lleve la mansión de mamá. Hay que defender la tierra.
A la izquierda se la puede joder de muchas maneras. Una de ellas es la manera de la CUP.
Es un buen análisis.
ResponderEliminarEl gran problema que ha habido con el prosses, es que nació de la mano de banqueros, con ideología banquera, donde lo piramidal, jamás lo transversal, cuenta.
Sus promotores, personas que no han pisado nunca el Raval y desconocen que en Santa Coloma, Hospitalet o El Prat, hay más castellano parlantes que autóctonos, siempre han tenido la Westinghouse de dos puertas con un Moet Chandon al fresco, y jamás han sabido el precio del kilo de patatas.
Sus hijos, los alumnos que han pisado los colegios de élite más allá del Paseo de la Bonanova, son los portadores de estas escarapelas que les dan una pátina de señas de identidad, algo que les da protagonismo y además les realza identitariamente.
Antes fueron fenicios, después descendientes de judíos, y ahora neo-progresistas de diseño.