Los números gustan por su apariencia seria, limpia, aséptica. Y a final de año se muestran cifras. Beneficios bancarios, afiliados a la seguridad social, parados y balances de población. En Cataluña nos indican que la reserva de agua se encuentra en el 16,7 y, dicho así, uno no sabe si debe alarmarse. El número parece limpio de ideología, eso que tanto asusta.
En 2023, 55 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas, ya sean ocasionales o duraderas. ¿55 es mucho o es poco? Hay quien compara el número de mujeres asesinadas (des de que hay recuento de bajas) con las víctimas de ETA, como si de esta comparación se pudiera sacar alguna conclusión sobre la maldad o la capacidad del hombre por derramar la sangre de los otros en nombre de algo.
La primera escena de "2001, una odisea del espacio" sitúa el principio de la cultura en un acto de violencia entre iguales, cuando un homínido mata a otro por un pedazo de tierra y proclama "esto es mío". No parece que hayamos evolucionado mucho más: el hombre que mata a su mujer también proclama "es mía", sinónimo de "antes muerta que de otro", "la maté porque era mía". La cultura del macho se revuelve, se niega a desaparecer en la igualdad imparable, del mismo modo que las naciones esencialistas se revuelven contra la globalización.
Mi generación todavía creció en un mundo de mujeres que paren hijos y limpian la casa y esperan al marido bellas y atentas, aseadas y dispuestas. Y en un mundo de hombres que van al trabajo y luego unas copas afterwork, secretarias guapas, un congreso en Costa Rica o en Marbella, una canita al aire en el meublé de Lesseps, una cena con amigotes y alcohol. Esa generación ahora le clava un cuchillo a la esposa, quizás porque ella le cuenta que queda con las amigas, o que tiene un congreso en Costa Rica.
Es el terror ante la pérdida de los privilegios, lo mismo que cuando los negros tuvieron acceso a la universidad o a sentarse en el autobús. La aristocracia francesa se recicló deprisa cuando vio cortar el cuello del conde vecino, del marqués de al lado. Pero la supremacía del macho es más renuente.
Y todos estamos confiando en los efectos benéficos de una educación igualitaria, de la coeducación, de los discursos democráticos. Pero hay tipos de 20 años que siegan la vida de su novia de 19, y tipos de 14 que violan a una niña, en grupo, en los servicios de un centro comercial. Algo está fallando. Y muchos teóricos y pedagogos se devanan los sesos ante la salvajada, perplejos y asustados. Algunos dicen que esto siempre ha sucedido, que el mundo es así de bestia y que la naturaleza humana contiene un porcentaje de maldad y de abuso inevitable, como reivindicando que somos mamíferos territoriales y muy brutos. Deben ser los mismos que piensan la guerra como el motor de la civilización ya que, a fin de cuentas, el hombre siempre ha sido un lobo.
Los niños acceden a la pornografía a los nueve años, ese es otro número, un promedio aséptico. Cuando yo tenía 14 años, entre cuatro amigotes (el mal siempre procede de las malas compañías) pusimos dinero y compramos una revista con fotos de señoras y luego nos íbamos pasando la revista, una semana cada uno. Esa era la pornografía en aquellos años. La de hoy es gratis y fácil. Y la pornografía, vamos a decirlo claro, no es una educación sexual si no una educación para aprender los ritos de la dominación, una fantasía delirante sobre el poder expresada en términos sexuales. No se trata de sexo: se trata de poder y de abuso. Y es lo mismo que ver al señorito azotando con el látigo al siervo.
Prueben ustedes a soltarles el discurso igualitario a un niño y luego vean el efecto que tiene la atracción por el porno. Hagan números, saquen porcentajes y estadísticas. Algo falla, y la solución no es crear pornografía para mujeres, ni burdeles para ellas. En Barcelona, un grupo de inversores creó un local de prostitución para ellas y ha cerrado por quiebra. No les salían los números. Pueden ver las cifras si les gustan los muchos ceros. Tampoco parece que la solución esté en el endurecimiento del código penal: en EUA la pena de muerte no asusta al asesino, a quien se le venden pistolas baratas en la tienda de la esquina, que se reivindica como un ejercicio de libertad (de mercado).
Soy incapaz de predecir el fin del capitalismo, y de determinar si eso es una solución para algo. Pero el fin del patriarcado no tan solo es obligatorio: no se puede detener.
Me gustaría, yo, que soy un tipo que ha leído todas tus entradas, creo que no me he saltado una desde que conozco el bloc, que además de haber dejado tu opinión, opinión que encuentro muy acertada, por cierto, hubieras dejado tu idea como profesional de la Educación que eres, de como se podría, no digo solventar, que esto llevará muchos años, pero sí afrontar el problema de la educación de los niños, y al decir niños me refiero a los que comprenden la edad que citas.
ResponderEliminarNo te he de negar que particularmente me es complejo y no sé la respuesta.
Salut