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Instituto San José de Calasanz. Barcelona, 1979

Hay mañanas en las que me despierto con una musiquilla facilona en la cabeza: a veces es Rosalía, a veces Stromae. Un día fue Medina Azahara.

A veces es más raro: ayer me desvelé con un verso de José Agustín Goytisolo, escuchado en su propia voz. Aunque luego, una vez lavada la cara con agua fría, me di cuenta de que el verso es de Gil de Biedma. Nota: todavía nada ha superado la mañana en la que amanecí con una frase de Unamuno, de San Manuel Bueno, mártir

Luego me pongo a escribir, para combatir esa rareza de una memoria que todo lo emborrona, que todo lo mezcla para dar, por fin, con un destilado que será -me lo temo-, el único sentido posible de la vida, el sinsentido triste y bello de un salpicón de errores, lagunas, falsos recuerdos, la ensoñación.

Creo recordar que, cuando fuimos adolescentes en el Instituto San José de Calasanz, éramos cinco amigos que nos imaginamos amigos para siempre y entregados a causas perdidas, románticas, maravillosamente ridículas, y nos veíamos como lordbyrons de barrio y con la promesa indiscutible de acometer grandes cosas en las artes y las letras. Un día imaginé que en el portal de mi bloque enorme y pobre, desconchado, alguien pondrá una placa de cerámica: en esta humilde casa nació el insigne poeta...

Luego llegaron los atropellos, las cuentas corrientes, los contratos, los sinsabores. Alguien creyó que Cataluña es una nación (hay quien cree que en la cara oculta de la Luna viven miles de hombrecitos pérfidos y laboriosos) y que se debe luchar por esa nación, y eso terminó con lo que la muerte había perdonado de aquellos cinco amigos. Da igual: la vida nos habría dispersado sin necesidad de patrias ni banderas, ya que al fin y al cabo cada uno agarró causas imposibles por su cuenta: llegar a fin de mes, mantener una familia y un coche y pasar las vacaciones en la costa, como pobres ejemplares.

Todos renunciamos más pronto que tarde a la poesía y al romanticismo. Alguno se volvió escéptico, otro enfermó, otro decidió acumular dinero, uno murió de cáncer. Quizás seguíamos buscando la belleza entre las ruinas, pero ya solo en los ratito de ocio, o mientras la gripe nos regala un ratito de fiebre como el máximo don de unos dioses silenciosos y ausentes. Nada importante pasó, ni hicimos nada. Solo vivir a ratos y, en el resto, sobrevivir bajo la tormenta perenne. La niña Isabel, que era una de los cinco, tuvo un marido bastante rico que la paseó por islas paradisíacas en resorts de lujo, y luego cambió a la niña Isabel por una niña más joven.

Me siento a leer el "Diario del artista seriamente enfermo". Es un texto precioso, claro. Y en algún instante me engaño y me digo que tengo quince años y que todo está por llegar, que fueron un sueño esos años des de los 15 hasta los 58, el sueño de una siesta con mala digestión. A veces pienso que mañana tengo clase de literatura en el San José de Calasanz, Barcelona, 1979. Y que deberé estar atento para esquivar a los quinquis que me cruzaré de camino al instituto, no vaya a ser que me jodan el día.

Comentarios

  1. No abras la trastienda del pesimismo. ¿Acaso te gusta todo lo que escribió Gil de Biedma?, y voy más allá: ¿Cambiarías su vida por la tuya?...¿a que no? Vivió toda su vida pensando en que se hacía viejo, y no le dio tiempo a comprobarlo.
    Tu, con tus luces y tus sombras, vives. En ocasiones no tanto como te llevó la imaginación quinceañera, pero aún tienes tiempo de seguir escribiendo al lado de una persona que te quiere.
    Que no es poco.
    Venga. Sigue con el texto.
    Un abrazo

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