Ir al contenido principal

Convivencia no rima con Eslovenia

Un aula de primaria, con 27 niños y niñas. Los hay hijos de marroquíes, de catalanes, de andaluces. Los hay gitanos, los hay latinoamericanos. Afortunadamente, hoy, un aula de una escuela, en mi país, es uno de los más bellos (y más complejos) ejemplos de convivencia. Es eso que algunos llaman "diversidad", aunque no sepan muy bien de qué hablan. Hay quien nombra a la diversidad como quien nombra "verde", como algo objetivable. Aunque el verde puede ser turquesa, aceituna o césped. Igual como el azul puede ser de Prusia, de ultramar, Cyan o Klein. O turquesa, por cierto. ¿Cuantas diversidades catalanas hay?

Un día, en la charla de la mañana, Sara pide la palabra y cuenta que le parece mal salir al patio a las 11 y media y hacer solo media hora de patio. Sara tiene sus razones, y creo que debo escucharlas. Para eso estamos. Le pido a Sara que desarrolle mejor su queja y que exponga su propuesta, porqué intuyo que lleva una propuesta pensada.
Pero entonces Sara, que digo yo que debe llevar mucho tiempo meditando el asunto, dice:
-Las 11 y media es muy tarde, y media hora de patio es muy poco. Somos niños y necesitamos salir al aire libre y necesitamos jugar. Es nuestro derecho. He decidido que saldré al patio a las 10 y media y haré una hora de patio.
-Bueno, Sara -le respondo- Vamos a hablar de eso.
-No tengo nada que hablar. Saldré al patio a las 10 y media si o si, y haré una hora de patio.

Intento contarle a Sara que eso no es tan fácil, ya que los horarios del patio están pensados para todos los niños de la escuela, ya que el patio es pequeño y no cabemos todos, y debemos repartirnos por turnos para poder jugar con espacio, con tranquilidad, sin embrollos. Ella, enfurruñada, vuelve a levantar la mano para intervenir de nuevo. Sara es muy lista, incluso astuta.
-Los derechos universales de la infancia... -y me recita algunos, bien aprendidos de memoria, de corazón.
De nuevo me esfuerzo en contarle a Sara que lo que ella reivindica es un deseo, pero que nuestros deseos no contienen siempre un derecho. Hay deseos que son legítimos, y naturales, pero no todos conllevan un derecho fundamental. Incluso hay derechos que no implican la obligación de ser satisfechos por parte de la institución. Le pongo un ejemplo: en la Constitución se habla del derecho a la vivienda. Pero el estado no está obligado a darnos un chalé a cada uno. Le hablo del posible derecho a ser feliz, por ejemplo, para ponerle ejemplos de derechos...
-Vamos a votarlo -me espeta Sara- Vamos a votar a qué hora salimos al patio y cuánto tiempo nos pasamos en él. Tu siempre dices que hay que votar para decidir cosas, así que vamos a votar.

Caigo en la cuenta de que Sara me está acorralando, y de que ya es demasiado tarde, porqué he cometido un error: he accedido a discutir en sus términos, he caído en su trampa. Como dije, Sara no solo es lista: también es astuta. De modo que todos mis argumentos, a partir de ahora, van a ser margaritas a los cerdos. Aún así, sabiendo eso, le suelto otro argumento, bonifacio que es uno:
-Mira, Sara, no podemos votar nosotros un cambio de horario porqué ese cambio de nuestro horario de patio afectaría a toda la escuela, a todos los niños y niñas de todas las otras clases.
-Tengo derecho a votar. Me lo ha dicho mi padre -me interrumpe ella- Tenemos derecho a votar.

Al cabo de unos minutos me doy cuenta de que solo está hablando Sara. Intento promover más opiniones. Algunos, poco a poco, con timidez, exponen otros puntos de vista. Hay niños que creen que la distribución de los horarios del cole es buena, hay niños que opinan que hay que organizarse con orden, y que tener normas para todos es bueno, ya que, al fin y al cabo, des de P3 hasta Sexto todos hacemos patio por igual y está bien ser tratados todos por igual. Alguno dice que no nos podemos quejar, ya que en esta clase tenemos más profes de refuerzo que en otras porqué somos muchos y de países distintos, y que en nuestros estantes de los juegos tenemos más juegos que los mayores, porqué los mayores no necesitan jugar tanto. Hay niños que no se atreven a opinar: son amigos de Sara pero a la vez les cae bien el maestro y se sienten perdidos en un territorio difícil, en donde sus emociones y sus sentimientos van a exponerse demasiado y, al fin y al cabo, no percibían ningún conflicto en los horarios escolares. Nunca habían pensado en ello. La clase es un espacio acogedor, deben pensar, y también nos lo pasamos bien aquí. Quizás estaría bien tener más tiempo de patio, claro, pero intuyen que los bienes comunes hay que repartirlos. A uno se le ocurre pedir que pongan una piscina en el patio y todos nos reímos. Ese comentario, como agua de mayo, le quita hierro al asunto. Nos ponemos a imaginar: ¿qué más podríamos tener, aparte de una piscina?

Una zona de sofás y sombrillas, para sentarnos a desayunar. Un circuito de bicicletas con bicicletas para todos. Un jardín con flores, y con flores variadas, para que todo el año haya flores. Que vengan mariposas de colores a nuestro jardín. Gatos que jueguen a cazar mariposas pero que no las cacen. Un tobogán que vaya del balcón de mi casa hasta la puerta del cole, para llegar resbalando cada día por la mañana. Un puesto de bocadillos gratis. Intento que Sara se apunte a soñar su mundo ideal, pero Sara sigue enfurruñada. ¡Y yo que pensaba que, con eso, Sara comprendería la diferencia entre el deseo y el derecho, y que comprendería que votar no siempre puede resolver los conflictos...!

Termina el día y no he convencido a Sara. Y percibo que los niños andan cada vez más divididos, más enfrentados entre ellos. Me voy triste para casa. Hay algo que no he hecho bien, me pregunto qué es y no lo descubro. Pienso en los que se callan, en los que se suman a eslóganes fáciles, en los que acatan con demasiada facilidad.

Por la noche me digo que debo creer en el poder de la palabra y del diálogo, que debo mantenerme fiel en creer en eso, en el diálogo, porqué no le veo otra salida. Discutir, hablar, exponer, exponerse, mostrar dudas, temores, deseos. Y respetarlo todo para poder integrarles a todos en un diálogo en que convivan razones y emociones junto a las normas de convivencia, que son justas y aprobadas por un consenso muy amplio.

Somos solo 27 niños y niñas, más yo. Debo conseguirlo. De otro modo, no le veo esperanza alguna. No ya para esos 27, si no para la humanidad entera.

Y luego, ya en casa y cuando pongo las noticias, descubro que podría ser peor: Sara podría haberme nombrado a Eslovenia, cosa que, de momento, no ha hecho.

Comentarios

  1. Sara deberia comentar al resto de compañeros que la piscina, las bicis y las mariposas no tiene por ser un deseo. Es el patio-ítaca prometido y que les avala la comunidad educativa mundial. Nadie les puede negar ese patio y su derecho a votar si así lo quieren. Totalmente democrático, pensará Sara. Podrán votar los magrebíes, los gitanos y la gente normal. Como diría J.Guardiola.

    ResponderEliminar
  2. As the name suggests, download slots are games that you have to download on to your PC or mobile have the ability to} play. Once downloaded, you can to|you probably can} play sorts of|these type of|most of these} games for free anytime, without 카지노사이트 an internet connection. Alternatively, you can to|you probably can} play download slots on-line with real money.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

ARAGONÈS TROLEA

Me sorprendió y no me sorprendió el uso del verbo "trolear" en boca de Pere Aragonès, Presidente de la Generalitat. Cada vez es más frecuente que los políticos hablen el lenguaje de la taberna, o els de las redes sociales, como si fuesen adolescentes cabreados. O el cuñado simplón, el que todo lo resuelve con dos frases facilonas y ocurrentes. "Trolear" es un anglicismo ( to troll , de los Trols de la mitología escandinava )  y Aragonès un firme defensor de las esencias catalanas, del idioma de Prat de la Riba y de Guerau de Liost. Pero no duda en acercarse al nivel de la barra del bar cuando se trata de conseguir un titular. Hubo un tiempo, hace años, en que fue noticia que un presidente del gobierno leyera las "Memorias de Adriano" de Yourcenar. ¡Qué tiempos aquéllos! No recuerdo ningún politico de los de ahora revelando sus lecturas. Es posible que todas ellas se limiten a frases de Instagram Ahora el titular es el troleo usado en una acepción errónea,

VUELVE EL HOMBRE

Lo dijo Salvador Espriu: a veces es necesario que un hombre muera por un pueblo, pero jamás que un pueblo muera por un hombre. Puigdemont no leyó a Espriu. La formación con la que se presenta a las elecciones (no se le puede llamar partido) lleva su nombre y el de Cataluña. No hay ideología, solo el hombre y la patria. ¿Para qué se necesita una ideología, teniendo a un hombre y a una patria? Las ideologías se han convertido en una molestia, en un engorro. El adjetivo ideológico es despectivo. Puigdemont ensancha los límites del populismo, sin vergüenzas ni tapujos. Pronto le saldrán imitaciones, y no sería nada raro ver la candidatura de su gemela, que podría llamarse Populares + Ayuso por España. Por ejemplo. La derecha catalana sigue innovando en su descenso hacia el vacío patriótico. Es un mundo sin reglas: el capricho del Caudillo es la ley. Puigdemont sigue encerrado en su castillo escribiendo listas de acólitos, personas sin experiencia política alguna, sin experiencia de gestión

Un lugar llamado Jan Yunis

El niño de la foto no sabe de la existencia de un lugar llamado Jan Yunis. Para él todo el mundo es una extensión del ambiente familiar, quizás algo más compleja. Aunque en la familia no todo sea amor ni oro todo lo que brilla, cree que el mundo debe ser un lugar bueno para vivir. El niño tardó 50 años en descubrir la existencia del lugar llamado Jan Yunis. Nunca se cruzó este nombre en su vida y, cuando lo hizo, el niño que dejó de ser niño muchos años atrás se puso triste y luego se puso a llorar y luego se calló como quien quiere callarse para siempre en sacrificio íntimo, e imaginó que, si jamás volvía a hablar su sacrificio cambiaría el mundo y terminaría el horror en Jan Yunis. El hombre de 50 miró la foto del niño, invierno de 1966, Barcelona. Con sus deditos imita al caracol, que es su forma de decir tengo dos años. El niño empezó a hablar muy tarde. Quizás ya había decidido alguna forma de silencio votivo. Ahora piensa que debería existir algo más fuerte que el odio, algo más